Los mandamases de la DGT han decidido que a partir de este sábado el permiso de conducir valga doce puntos, ocho en el caso de los novatos. Te saltas un semáforo en rojo (¿Quién no se ha saltado alguna vez un semáforo en rojo?) y te pasas un pelín tomando unos zuritos, y ya te puedes poner a temblar. Te quedan cuatro puntitos de nada. Así que ya te puedes ir haciendo a la idea de que tienes que volver a la autoescuela o, mejor dicho, a un centro de recuperación de puntos, que es como se van a llamar las autoescuelas de toda la vida para los infractores. Y aquí es donde veo el problema. A ver cómo le explicas al profesor de marras que tú conduces con una mano en la caja de cambios, el pie encima del embrague y el codo del brazo izquierdo en la repisa de la ventanilla. Que para vicios, los que se adquieren al conducir. El profe de autoescuela te dice que hay que coger el volante con los brazos a 90 grados y luego cada uno aplica la lección a su manera. Y si no, no hay más que ver a esa legión de conductores que, sobre todo en verano, sacan a pasear su brazo izquierdo por la ventanilla, como si colgara una morcilla. Y qué decir de los que van tan pegados al volante que detrás les caben dos filas de asientos. O de los que van rígidos como una momia, o los que están más pendientes del coche de al lado que del suyo. De todo hay en la fauna de la carretera. Mucha fiera y, se supone, que mucho agente para controlar tantos puntos. Puestos a puntuar, se podría crear el carné del político. Tras las elecciones, ganan doce puntos y por cada promesa incumplida pierden uno. Alguno se quedaría con el contador a cero.
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