miércoles, 30 de noviembre de 2016

Deberes escolares

En una reciente entrevista, Inger Enkvist, catedrática de Español, asesora del Ministerio de Educación de Suecia y experta en la comparación de sistemas educativos occidentales, ofreció algunas de las claves del éxito del modelo finlandés. La principal reside en el respeto de los padres, los alumnos y el Estado a los profesores y al sistema educativo. Los docentes son profesionales bien formados, bien considerados y bien retribuidos. Tiene una reputación social notable labrada durante años. En España, acabamos de observar, entre lo absurdo y lo patético, cómo la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (Ceapa) convocaba una huelga de deberes los fines de semana de este mes de noviembre que concluye hoy. Desconozco qué seguimiento ha tenido semejante memez. Supongo que estos convocantes que protestan por las tareas escolares son los mismos que despotrican contra los profesores y sus vacaciones, los profesores y sus bajas y los mismos que se quejan de las tareas pero cada comienzo de curso no dudan en apuntar a sus chavales a piano, solfeo, inglés, fútbol, danza clásica y lo que sea. Si unos padres transmiten a sus hijos una desconsideración hacia los profesores tal como una huelga de deberes, no hay modelo que valga. Ya es un problema de educación.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Fax

El otro día me pidieron en el centro de salud que, para solicitar cita con el traumatólogo, enviara el volante a un ambulatorio… por fax. Por fax, sí. Aquí, en la redacción del periódico, hay un fax integrado en una máquina que hace de todo: fotocopias, escaneos, reportes… La máquina también permite enviar o recibir fax pero, que se sepa, nadie lo utiliza. Está muertito. De vez en cuando llega alguna convocatoria o alguna carta a la dirección de nostálgicos del fax, pero la mayor parte del día está muerto de la risa. El correo electrónico mató al fax como elWhatsapp ha acabado con los SMS. Hace la tira de años el fax me pareció el invento más fascinante del mundo (era muy útil para los periodistas), eso sí, nunca superado por el autoreverse del radiocasete del coche. Hoy disponemos de mil sistemas más rápidos, prácticos e interactivos que el fax. Por eso llama la atención que todavía haya quien lo use. Leo en esa enciclopedia de primera mano (no del todo fiable) que es Wikipedia, que la sanidad, las aseguradoras y las finanzas son los sectores que más utilizan el fax. Vale, ya sé que es relativamente sencillo disponer de fax desde un ordenador, pero aquí me tienen, buscando una librería, un consultorio o un despacho de Correos para enviar el dichoso volante… por fax.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Besarkada

ocurrió hace ya unas semanas. Era domingo. Uno de esos días de otoño en los que te das el gustazo de tumbarte al sol. Sonó el móvil a la hora de la siesta y, al otro lado de la línea, una voz nerviosa nos contó que en el bloque de pisos de al lado una chica se había lanzado al vacío. “Es horroroso, es horroroso”, repetía. Pocos minutos después, estábamos junto a ella para tranquilizarle. Nos asomamos dos segundos, no más, a la ventana, un instante dramáticamente suficiente para comprobar que esa chica, a la que conocimos días después al ver publicada su esquela, yacía bajo una sábana blanca. Varios efectivos de la Ertzaintza y de la DYA esperaban la llegada del juez para el levantamiento del cadáver. A pocos metros, otro policía requería los móviles a varios jóvenes (algunos de la misma edad que la fallecida) para borrar las imágenes que acababan de tomar. Morbo se llama. Cuando presencias una tragedia de este tipo, se te agolpan mil preguntas que sintentizas en una: ¿Por qué? Las mismas preguntas supongo que se hacen continuamente los familiares que sufren una pérdida tan desgarradora. En Navarra acaba de nacer Besarkada, una asociación que busca acompañar a personas que han perdido a un allegado por un suicidio. Todo apoyo será poco.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Kit de emergencia

Salvo que esté equivocado, creo que por regla general las autoescuelas no incluyen en sus clases prácticas enseñar a los alumnos cómo se cambia una rueda después de sufrir los siempre indeseables pinchazos. Tampoco nos preparan para afrontar ese otro momento y-ahora-qué-hago que consiste en poner las cadenas en medio de un temporal de nieve. Nunca sabes si son de un lado o del otro, y acabas pidiendo ayuda al primero que pasa, que tampoco suele saber montar el invento. Si por naturaleza, como es mi caso, eres torpe con todo lo relacionado con la mecánica y el automóvil y tampoco eres un MacGyver, estás perdido, amigo. El otro día un compañero de la redacción sufrió un pinchazo, el primero desde que compró el coche. Primera sorpresa: no había neumático de recambio. En su lugar, la marca automovilística incluía un “kit de emergencia para reparación temporal” de la rueda. Un tratado de nada más y nada menos que 23 páginas repleto de dibujos e instrucciones que te explicaba como solucionar el problema en ¡25 pasos! Ponte tú a leer semejante folletín de explicaciones bajo la lluvia y en un lugar oscuro. Moraleja: si sufres un pinchazo, llama al seguro. El tipo de la grúa te cambia la rueda en un santiamén.

'Slow Behobia'

Cómo disfrutar de los 20 kilómetros más populares sin prisa, sin pausa y sin reloj

El término slow (despacio) se ha asociado en los últimos años a la cocina, la moda, las ciudades, el sexo, la música, el ciclismo, la televisión e incluso el trabajo. Una de las últimas acepciones ha llegado de la mano de Juanjo Garbizu en Slow mountain. Porque en la montaña el tiempo se detiene, un recomendable libro en el que narra cómo disfrutar del montañismo de manera relajada.
A grandes rasgos, el movimiento slow propone desacelerar nuestras vidas y saborear nuestra aficiones y lo cotidiano con calma y sin prisas. Visto así, puede resultar contradictorio ligar una corriente de este tipo con una actividad como correr, mal llamada ahora running, antes conocida como footing y al principio de los 80 como jooging.
Si entendemos correr como unir un punto con otro lo más rápido posible, el slow running sería lo opuesto. Consistiría en, por ejemplo, enlazar Behobia y Donostia sin prisa pero sin pausa, disfrutando de la carrera, del aplauso del público, sufriendo lo mínimo, sin dejarnos el higadillo en el camino y desplegando nuestra mejor sonrisa en la meta.
La slow Behobia es posible. La primera consideración a tener en cuenta es que todos los participantes, independientemente de la hora a la que tomen la salida, disponen de dos horas y 45 minutos para completar los 20 kilómetros. Un dato, el tiempo límite, que suele pasar desaparecibido. A un ritmo de 8 minutos y 15 segundos por cada kilómetro, se logra el objetivo, que no es otro que acabar, dentro del registro máximo que se fija en el reglamento. Solo hay que cumplir dos requisitos previos: traspasar la barrera de los diez kilómetros (Gaintxurizketa incluido) en una hora y media, y la de los 15 en dos horas y cinco segundos. Unos márgenes más que holgados si se acude a la carrera con la preparación adecuada.
Los participantes disponen de dos horas y 45 minutos para completar el recorrido, un margen holgado si se corre con la preparación adecuada
Si acaso, si somos adictos al reloj. durante el recorrido, sobre todo al atravesar Irun, Errenteria, Pasaia y Donostia, hay paneles publicitarios que muestran la hora y la temperatura, suficiente para calcular el tiempo que lleva uno corriendo, aunque ya hemos dicho que el corredor slow nada (corre) contracorriente y la marca final le importa un comino.
a medio camino A medio camino entre el corredor slow y el corredor corriente y moliente, que va mirando el reloj a cada paso por kilómetro y se desconsuela si no rebaja su mejor marca, estaría el participante que decide correr medio minuto más lento que en sus entrenamientos y descubre que se puede ir desde Behobia a Donostia sin tener que mirar permanentemente al suelo, con el gancho puesto.
El corredor slow, no confundir con el corredor lento, llega con mucho tiempo de antelación a la zona de salida para disfrutar del espectáculo que se monta en el largo kilómetro que hay entre el área comercial de Behobia y la línea de salida en el límite con el barrio de Artia de Irun. Imprescindible asistir a la salida de los atletas que compiten en sillas de ruedas, un momento que pone los pelos de punta y que se engrandece al son de Now we are free, de Lisa Gerrard, el tema más conocido Gladiator.
El corredor slow puede portar el dorsal de cualquier color, pero preferentemente llevará el blanco, los últimos de la fila, los últimos que dejan Behobia a su espalda.
Como vive la carrera de forma diferente, el corredor slow es amigo de, no solo tomar agua en todos y cada uno de los siete avituallamientos, sino de pararse, bromear y agradecer su trabajo a los cientos de voluntarios que hacen posible la carrera. El buen corredor slow, dado que disfruta más que sufre, se marca incluso un bailoteo en los catorce puntos de animación y jalea como se debe al Pirata y familia, imprescindibles en la bajada de Gaintxurizketa. Y hablando de familiares y amigos, el buen corredor slow saluda a toda la parentela que encuentra por el camino, situada estratégicamente en varios puntos.
El corredor slow disfruta incluso de las vistas de Jaizkibel y, sobre todo, disfruta de la recta final, aunque se encuentre semidespoblada después de varias horas pasando atletas y atletas. Y hablando de meta, el corredor slow se toma su tiempo para recoger la medalla, recuperarse con líquidos y sólidos, recibir un reconfortante masaje y dar buena cuenta de una comida en la mejor compañía. Porque otra carrera es posible, larga vida al corredor slow.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Juanjo Garbizu: “Cuando vamos al monte, hay que dejar de lado la esclavitud del reloj”


Tras el éxito hace cuatro años de su primera incursión literaria, ‘Monterapia’, que va por la octava edición, Garbizu (Donostia, 1961) aborda en ‘Slow mountain’ (editorial Diëresis) cómo disfrutar del montañismo sin prisas y en armonía con la naturaleza.

 A lo largo de más de 200 páginas, el donostiarra, creativo publicitario de profesión, escritor en sus ratos libres y apasionado de la montaña (tiene un catálogo en Youtube con más de 250 grabaciones en montes de Euskal Herria, Pirineos, Alpes y otras cordilleras del planeta), desgrana cómo practicar esta afición con pausa, a la vieja usanza, con el bocadillo y la bota de vino en la mochila, y sin el ansia de coronar cinco cimas de un tirón en una mañana. Un modo slow de vivir el montañismo que corona con un manifiesto que incluye una veintena de recomendaciones.
¿Hemos llevado las prisas del día a día, el estrés laboral, a la montaña?
-Siempre ha habido gente que ha ido a correr a la montaña. Correr por el monte no es una novedad. Lo que pasa es que se ha convertido en una tendencia. Antes en Aralar veías a un tío corriendo y ahora han transformado Aralar y Aizkorri en una estación de trail. A mí, y a miles de mendizales, la montaña siempre nos había parecido un refugio después del ajetreo semanal en el trabajo. Es deporte y sudas, pero es mucho más, es una desconexión mental, un bálsamo. Vuelves renovado. Cargas las pilas, aunque suene a tópico. Yo, si un fin de semana no voy al monte, el lunes no lo arranco igual. Y, de repente, eso que era un paréntesis, se convierte en una competición: cronos, postureo digital... Antes ibas a Aralar, subías el Txindoki, luego el Gambo, almorzabas... Ahora vas a Aralar y te planteas hacer catorce cumbres y si te da tiempo enlazas con el Beriain, lo cuelgas en Facebook, lo retransmites...
¿Cómo nos podemos quitar las prisas en el monte?
-De entrada, hay que quitarse el reloj. Es el primer paso, y de una sencillez aplastante. Aparte del acto físico, ya es casi un manifiesto. Y luego hay que dejar fluir. Carpe diem, hay que vivir el momento, integrándote en la naturaleza, viviéndola. Hoy, sin embargo, está predominando el Altius, fortius, citius. Al monte hay que llevar una mochila con un bocadillo, un trozo de queso Idiazabal y una bota de vino. Nada de geles y barritas. Y luego vagabundear, como decía Julio Villar, sin prisas, con calma, pero también sin que te pille la noche.
Vagabundear es un término al que se refiere varias veces en el libro.
-Se trata de evitar los sitios que están súper saturados, por ejemplo. Mi filosofía es vagabundear, buscar los espacios que no son los más demandados. Abogo por las cimas secundarias. Frente a la tresmilitis que hay en el Pirineo, hay dosmiles preciosos y a veces más reconfortantes que el tresmil de turno. Pasear es otro verbo que se está olvidando. Ya no paseamos ni por La Concha.
Lo que cuenta de los ‘tresmiles’ pasa incluso con los ‘ochomiles’.
-Y en los Alpes con los cuatromiles. Slow no se refiere a ir despacio sino a llevar una progresión lógica. Tú antes empezabas a andar por nuestros montes, luego ibas a Pirineos, a tu primer tresmil, y luego a los Alpes. De ahí al Kilimanjaro, el Aconcagua y luego al Himalaya. Esa progresión ahora va muy rápido. Las nuevas generaciones no quieren hacer esos pasos y van directamente a los Alpes, o ves hasta cosas estúpidas como que alguno se calza sus primeros crampones en el Himalaya.
Dice en el libro: “No es lo mismo tener el reloj que tener el tiempo”.
-Es un proverbio árabe por el que ellos dicen que los occidentales tenemos el reloj pero ellos tienen el tiempo. Poesía pura. Nosotros lo medimos todo y lo fragmentamos todo en horas, minutos, resultados, cimas y éxitos. Pero hay que cambiar esa mentalidad. Cuando vamos a la montaña, a la naturaleza, hay que dejar de lado la esclavitud del reloj, del tiempo, y guiarse por los ciclos naturales, las estaciones... Los montañeros somos testigos de cómo se transforma el monte, lo vivimos más.
Las carreras de montaña serían la contraposición al ‘slow mountain’.
-Respeto muchísimo a la gente que corre por el monte. No quiero que haya malentendidos. Respeto a todo el mundo que va a la montaña. Solo me meto con el colectivo de cazadores. Me parece fantástica la gente que corre por el monte y entiendo que se pueda disfrutar, pero me empieza a escocer el fenómeno de los trails. Se está retroalimentando de una manera muy bestia. Antes, a alguien que corría un trail se le miraba como a un superman. Ahora hay que correr ultratrails, y dentro de ocho años será el recontratrail de 800.000 metros de desnivel y correr durante un mes seguido. Entiendo que en un pueblo pequeño del Pirineo monten un trail porque se llenan los alojamientos, los bares, los restaurantes. Pero hay una fiebre... Las marcas deportivas se han enganchado al fenómeno del trail, con zapatillas que cuestan un escándalo y tienen una suela como una loncha de jamón. Los fisioterapeutas están encantados, se frotan las manos. En la montaña siempre ha habido competición, pero ahora va a más. Para mí, y para miles de mendizales, la montaña es andar por el monte.
Andar y correr en el monte pueden tener algo en común. A veces practicando alguna de estas dos actividades se te ocurren las mejores ideas.
-Hay estudios científicos que dicen que cuando caminas en un espacio amplio, en un bosque, el hemisferio derecho de tu cerebro, que es el de la intuición y la creatividad, se desarrolla. Pero hay estudios que dicen que si corres, depende de a qué intensidad y nivel, se crea un efecto túnel y no te deja pensar. Hay montañeros que han corrido, pero han vuelto a la montaña clásica y otros que nunca han pisado la montaña, que no han salido del asfalto, y de repente han ido al monte como si fuera una nueva pista de atletismo.
“La excursión está en desuso”, dice en el libro.
-Es un término que no emplea nadie. De la misma manera que las bebidas isotónicas, las barritas y los geles empezaron a desplazar a la lata de sardinas de toda la vida, también lo ha hecho el término excursión. Es nostálgico.
También se están perdiendo las salidas de los clubes. ¿Solo va la gente mayor y los jóvenes se dedican a lo que en el libro denomina “tachar cimas”?
-Pero ha sido por la tecnología digital. Antes, cuando solo existían la brújula y el mapa, había mucha gente de todas las edades a la que le encantaba la montaña pero no tenía con quién ir y se inscribía en los clubes. Ahora existe el GPS y decimos: No me hace falta el club. Pero la barrera entre el uso y el abuso de la tecnología digital es muy fina. Ahora vemos a nuevas generaciones que acuden a la montaña con el GPS desde el segundo uno. Como los guían tan bien, ¿para qué van a ir a clubes de montaña? Ya tienen su guía particular.
En una orografía como la nuestra, supongo que tenemos mil itinerarios y excursiones para practicar el ‘slow mountain’.
-Somos unos privilegiados. En la sierra de Aralar, donde me inicié, hay excursiones impresionantes y los ayuntamientos se han tomado la molestia de balizar los itinerarios porque han visto que hay un turismo verde activo e interesante. En Euskal Herria se ha hecho una labor de balizamiento fabulosa.
¿Para practicar el ‘slow mountain’ hace falta tiempo?
-Sí, o dentro del que dispones, no plantear una meta muy ambiciosa. Cuando mis hijos eran pequeños, hacía mañaneras y no trataba de hacer cinco cimas la misma mañana. Te planteas hacer una cima asequible. Si tienes tiempo, fantástico, pero si no lo tienes, debes adecuar la ruta al tiempo del que dispongas.
¿El montañismo es una afición que va a más?
-Sí, cada vez hay más gente que acude a la montaña pero cada vez hay más rescates. Decathlon ha democratizado el material deportivo y Calleja (Jesús Calleja, montañero y presentador de televisión) ha enseñado la montaña como un medio lúdico y divertido. Pero no hay que olvidar que la montaña es un medio hostil. Acude al monte mucha gente sin la preparación y la información necesaria. Van sin consultar el parte meteorológico, lo cual es demencial. Va más gente a la montaña, pero ¿hay más montañeros? En teoría, sí.
Afirma también que las raquetas de nieve son una buena herramienta para el ‘montañismo slow’.
-Sí, porque la nieve te frena. Es una sensación como andar sobre algodón. Aunque tú no quieras, casi te convierte en un montañero slow.
Otro método ‘slow’ al que alude es el Concurso de los 100 montes de Euskal Herria de la Federación Vasca que se viene convocando desde tiempo inmemorial.
-Esa es una filosofía slow impresionante porque tienes que lograr las 100 cumbres en un mínimo de cinco años. Habrá quien diga que las consigue en un mes o en una semana, pero es que lo que propicia las 100 cumbres es la constancia y que te repartas por el territorio. Tiene cosas tan bonitas como el intercambio de tarjetas, que es la panacea. Pero las nuevas generaciones no tienen ni idea de que existe y preguntan: ¿Por qué hay un buzón en esta cumbre? Es la quintaesencia de la filosofía slow mountain y hay quien lo sigue haciendo. Yo, cuando abro un buzón, en el 98% de los casos está vacío. Es un mundo tan digital y de cimas y de récords, el hecho de que siga vigente el Concurso de las 100 Cimas es muy bonito.
“No mido las montañas por su altura sino por las satisfacciones que me producen”, escribe.
-La gente está muy obsesionada con la altura de los montes o los desniveles que se hacen. Qué más da. Todo es medición. A mí me vuelve loco el Irubelakaskoa y no llega a 1.000 metros de altura. Pero los 900 metros de desnivel que tiene son una maravilla. Tienes de todo. Mis recuerdos en la montaña son de momentos y de experiencias, no tanto de alturas. No voy a ir tampoco de místico porque uno de los momentos más intensos fue al coronar el Cervino, una montaña mítica. Me interesa la altura, pero hay demasiada obcecación.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Entre lo malo y lo peor

Si los británicos aprobaron en referéndum su salida de la UE y los colombianos rechazaron también en una consulta el plan de paz, solo falta que un tipejo como Donald Trump gane el próximo martes las elecciones de Estados Unidos. Aunque ninguno de los tres hechos (dos consumados) tienen relación entre sí, los tres reflejan que nuestra capacidad de sorpresa es ilimitada. Cuando Trump anunció en 2015 su candidatura a la nominación republicana, sonó a broma. Nadie daba un duro por él. Hoy es una broma de mal gusto. Los ciudadanos USA deben elegir entre lo malo (Hillary Clinton) y lo peor (Trump). Entre una candidata que no motiva a jóvenes y negros y tiene un pasado asociado al establisment, y un candidato histriónico, más peligroso que un chimpancé con una pistola. La posibilidad de que Trump llegue a ocupar el Despacho Oval ya ha provocado el pánico en las bolsas y en medio mundo antes siquiera de que se abran las urnas. Es impredecible qué puede ocurrir si el magnate vence. Del otro lado, Clinton, a pesar de que pueda convertirse en la primera presidenta de la historia, resulta tan poco seductora para miles de votantes que los demócratas han tenido que echar mano de todo su arsenal (con Obama ofreciendo discursos cada minuto) para no perder unas elecciones que hace un par de semanas tenían ganadas.