miércoles, 26 de julio de 2006

Nueve meses

El otro día abrimos en casa una botellita de cava. Después de nueve meses de obras, el fontanero había acabado la faena. Bendito seas, querido hojalatero. Pensaba que lo nuestro iba a ser más largo que el desdoblamiento de Etxegarate. Nueve meses, como un embarazo, con lo largos que se hacen los embarazos. Amigo fontanero, has batido todos los récords de estancia en mi casa de entre todos los gremios de la construcción. Nueve meses, que se dice pronto. Todo hay que decirlo, no te has pasado todo el tiempo dale que te pego con la caldera, los tubos de la calefacción y el soldador que, si no, para rato pagaba yo la factura. No, qué va. Ha sido un ir y venir. Hoy te hago un agujerillo por aquí, mañana te instalo una calefacción por allí y la semana que viene bajo al garaje para soldar un par de tubos. Tres estaciones (invierno, otoño y primavera) han pasado desde aquel buen día que aterrizaste con tus bártulos. "En quince días o, a lo sumo en un mes, esto está listo", dijiste. Uno, que de chaval lijó y dio pintura de minio a un porrón de balcones, sabe un poquito de lo que habla, aunque los tiempos han cambiado una barbaridad. Antes llamabas al pintor para que le diera lustre a una habitación y se te presentaba en casa en una semana. Hoy en día, vas a pedir un presupuesto para cambiar tu cocina de toda la vida y te dan cita para marzo de 2008. Mi fontanero también tardó lo suyo en venir a casa, pero le cogió tal gustito que se quedó nueve meses. Nada, hombre, que cuando quieras me pasas la cuenta, y aquí paz y después gloria.

lunes, 24 de julio de 2006

Canta y no llores

Durante su etapa al frente de Vaya Semanita, Oscar Terol y su chavalería pusieron de moda una serie de leyendas urbanas que flotaban en el ambiente desde tiempo inmemorial, y que luego se recogieron en el libro Todos nacemos vascos. ¿Por qué todo Cristo tiene una tía monja? ¿Por qué se procrea (no era ésta la palabra, pero es que a estas horas los niños leen periódicos) tan poco? ¿Por qué todo lo hacemos en un ti ta? ¿Por qué cuesta tanto ligar como ganar una Liga? Vaya desde este txoko una pequeña aportación con una cuestión que no recogían las gentes de Vaya Semanita. ¿Por qué por estas tierras gustan tanto los mariachis y su cancionero popular? Si hay alguna razón antropológica, que me la expliquen. Mientras tanto, ofrezco datos tangibles. Todo hijo de vecino se sabe la letra de una, dos o veinte rancheras. Te pones a cantar, o simplemente a silbar, Cielito lindo, El Rey o Camino de Guajanato, y tienes a toda la redacción canturreando por detrás. Más datos. Observemos las guanteras de los coches. Son legión los vascos que tienen un casete (sí, un casete, no un CD) de rancheras, y no hace falta casi ni comentar que se ha puesto de moda contratar en fiestas a un grupo de mariachis para que alegren el poteo callejero. Los puedes ver en vivo y en directo, aunque haya veces que parezca que el del guitarrón tiene bigote postizo y te suena haberlo visto de paisano por Aizarnazabal. Y si no te gustan los clásicos, siempre nos quedará Kojón Prieto y los Huajalotes, que no eran mexicanos de México, pero como si lo fuesen. Así que, compadres, agárrense los machos

miércoles, 5 de julio de 2006

Becarios

Cuentan que hace tiempo, cuando la carrera de Periodismo duraba cinco años y no existían los créditos universitarios (¿Alguien me puede explicar qué es un crédito?), un diario de Bilbao seleccionó a un chaval entre varias decenas de aspirantes a becarios para trabajar durante todo el verano en su redacción. El chico vivía a hora y media en coche del periódico. Todo inocente, se despidió de su hermana con una frase que luego se convirtió en lapidaria. "Espero que me pongan en el turno de mañana y así pueda dormir todos los días en casa". Ni que decir tiene que no durmió en casa más que los días de libranza y fiestas de guardar. En una sola jornada descubrió que en el Periodismo (al menos en el escrito) no hay horarios que valgan. Que los turnos son de mañana, tarde y noche y, alguna vez, hasta de madrugada. Descubrió también que el sistema dícese del programa de ordenador que utiliza cada redacción era complejo a más no poder. Un mes le costó al muchacho familiarizarse con la pantalla. Aprendió a manejar el dichoso aparato como se aprende a jugar al mus: mirando. Hoy, afortunadamente, la chavalería te da lecciones de informática. Con la llegada de julio, las redacciones se renuevan de aire fresco que llega de las universidades. Dicen que cada vez llega menos aire fresco, que los alumnos en prácticas, que diría el cursi, son una especie en extinción. Ellos se lo pierden. No hay mejor escuela de periodismo que la de disfrutar de un verano en prácticas. Se aprende más durante un día en una redacción que en un año en la facultad. Aunque no se pueda dormir en casa.