viernes, 25 de noviembre de 2011

El color de la OTA azul

Desde que el ínclito Odón Elorza instauró el régimen de la OTA en todas las zonas de aparcamiento que rodean a esta santa casa, cada día somos dos euros más pobres, cada semana somos diez euros más pobres, cada mes somos 40 euros más pobres y cada año somos 400 euros más pobres. La OTA nos empobrece (no sé si como personas). Desde que en abril pusieron la cosa, este barrio es el paraíso del aparcamiento. Qué digo el paraíso, si aquí no aparca ni Dios. Es un páramo, un lugar inhóspito en el que hay plazas de parking como setas en la Ultzama. En su origen, la OTA se puso en el centro de las ciudades para favorecer la rotación de los aparcamientos. En este barrio rotar, lo que se dice rotar, no se rota. La zona azul está semivacía, salvo (¡oh casualidad!) los sábados y domingos, que está a tope porque no hay que pasar por caja. Es un misterio sin resolver dónde están entre semana todos esos coches que aparecen los fines de semana. La OTA es azul pero no entiende de colores políticos. Como cantaba el gran Rodolfo Chikilicuatre, se instala (lo baila) con Bildu, se instala (lo baila) con el PP, se instala (lo baila) con el PNV y se instala (lo baila) con el PSE. La OTA es para toda la vida. La OTA, si trabajas en ciudades como Donostia, te va persiguiendo y te va echando desde el centro a la periferia. Las multas también. Las multas, aunque pagues religiosamente, también te persiguen hasta que llegan hasta el buzón de tu casa. Hasta hace unos meses, había aquí al lado una vieja autocaravana que en un costado lucía el lema Free camping, it's not a crime. Free parking tampoco es un crimen, digo yo.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ni corrupción ni ETA

hACE unos días, un periódico español de los de mayor difusión publicó una extensa entrevista con Mariano Rajoy. En las cuatro páginas largas de preguntas y respuestas, los dos periodistas no le planteaban ni una sola cuestión relacionada con la corrupción ni con ETA. Tres cuartos de lo mismo se puede decir del cacareado debate entre Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba que ofrecieron algunas televisiones hace semana y media. Ni Pamplona. Líbreme Alá de juzgar cómo deben hacer su trabajo otros colegas de profesión. Aquí, como en todo, cada maestrillo tiene su librillo... y sus intereses. Pero llama la atención que en semejante peñazo de campaña electoral apenas se le haya hincado el diente al monotema y se pase de puntillas por las corruptelas políticas. ¿Pacto de silencio? Puede ser. Durante los últimos cuatro años hemos desayunado a diario con escándalos de corrupción a tutiplén, la mayoría protagonizados por cargos públicos del PP y PSOE, aunque en esta materia, con honrosas excepciones, es casi hasta justo generalizar. De norte a sur y de este a oeste, los casos se han multiplicado como los goles de un carrusel radiofónico. Que levante el dedo el partido que no se ha visto salpicado por algún escándalo de mordidas. Pero ahora tocaba hablar de crisis, que diría al otro. Entre la prima del exportero de la Real (hoy en Osasuna), y los mercados, nos tienen agarrados por los mismísimos. Le da a uno la impresión de que llega el fin del mundo. Feísima se está poniendo la cosa de la economía, feísima.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Cuando la marca se convierte en una obligación

Cuando corres la Behobia, rara vez te pregunta alguien si has terminado la carrera, si has completado las 20.000 zancadas más célebres entre la república independiente de Irun y el Bule. Se presupone que la has acabado y se supone que, si sales, tienes que llegar. Algunos (pocos) te preguntan acerca de si has disfrutado. Pero, y por este orden, quieren saber: a) Cuánto tiempo has tardado en cubrir esos 20 kilómetros. b) Cuánto has sufrido. Parafraseando un famoso dicho, en la Behobia sufrir es (casi) inevitable, pero batir tu propio registro es opcional. La Behobia se ha convertido para muchos participantes en la dictadura del cronómetro. Tanto tardas en correr la carrera, tanto vales. La obsesión por mejorar la marca personal o superar la del año anterior está muy extendida entre el pelotón de populares. El problema es cuando esa obsesión pasa a ser un fracaso personal si no se consigue el objetivo. Lo que no debería ser más que una nimiedad (no lograr la marca pretendida) se convierte en un bajón de autoestima. Porque casos como estos, haberlos, haylos.
Con 22 Behobias consecutivas en las piernas, yo también sucumbí durante años a esa obligación del cronómetro hasta que me di cuenta de que desde la salida a la meta no despegaba la mirada del asfalto de lo jodido (con perdón) que corría para alcanzar la marca soñada. Ha sido correr como acompañante (liebre) de debutantes y descubrir que se puede disfrutar de otra Behobia sin la autopresión (si se me permite el palabro) y sin mirar al reloj. Con el reloj me pasa ahora como a los exfumadores con el tabaco: me he convertido en un activo defensor de disputar la Behobia sin perder el tiempo en tiempos. Es imposible saber cuántos de los 400 corredores que necesitaron asistencia sanitaria lo hicieron porque forzaron la máquina en exceso para alcanzar el registro que se habían marcado. En jornadas como la del pasado domingo, con un viento sur que te resecaba la boca cada segundo, lo que aconsejaba la cabeza (y sobre todo el cuerpo) era tomártelo con mucha calma. En carreras que superan los 15 kilómetros, seguramente solo la alta humedad es un enemigo comparable al viento sur. Te va debilitando sin que casi te des cuenta y te deja fundido, sin fuerzas, casi siempre cuando te restan cinco o seis kilómetros para pisar la meta. Si a eso le añades que la Behobia es un continuo sube y baja... Nunca había visto tantos corredores atendidos al borde de la carretera. No diré que me encontré un par de atletas tirados en cada kilómetro, pero sí tuve algo más que la sensación de que la alta temperatura y el ambiente caluroso (apenas sopló el viento) estaba causando estragos. Ni las continuas advertencias del Fortuna para que los corredores nos hidratáramos adecuadamente antes y durante la carrera (también después), ni el hecho de que cada año sea más patente que los participantes se preparan más y mejor, han evitado que se haya vivido la carrera más accidentada de los últimos 32 años. Al Fortuna le ha pasado este año como al himalayismo con los accidentes: se ha hablado más del aparatoso desenlace de la carrera que del éxito de la trama.

* Artículo publicado en la sección de Deportes de NOTICIAS DE GUIPUZKOA

viernes, 11 de noviembre de 2011

El 'set list' de la Behobia

Es como un concierto de rock, pero con el público uniformado con pantalón corto, camiseta y zapatillas. La salida desde la república independiente de Behobia se ha convertido con el paso de los años en un espectáculo de música, sonido e imágenes en mitad de un hervidero de gentes y nervios.

Durante algo más de dos horas, el barrio irundarra es una bombonera al mando de Joseina Etxeberria y Mikel Apaolaza, los dos presentadores de Gaztea que en la Behobia hacen las veces de disc jockeys. Desde hace cuatro años, ambos ponen orden por megafonía a la salida de los corredores (van llamando a cada grupo de color de uno a uno) y pinchan música para todos los gustos. El atrezzo del punto de partida de la carrera se completa con una retransmisión en directo, que incluye entrevistas con algunos de los participantes, que se muestra en pantallas gigantes. Pero dado que a más de uno y más de dos atletas les motiva escuchar su tema preferido antes de empezar a correr para ponerse a tono, la Behobia tiene su propio set list, o lo que es lo mismo, el repertorio de canciones que un grupo musical toca en un concierto.
Sarri, sarri, de Kortatu; Go West, de Hermes House Band (la carrera va de este a oeste), Lucifer, de Alan Parsons, London calling, de The Clash, y One step beyond, de Madness, son temas ya tradicionales de la prueba. También Carros de fuego, de Vangelis, que siempre se ha utilizado para dar el pistoletazo de salida a los atletas discapacitados, que salen hacia Donostia media hora antes que los populares.
A nadie se le escapa que música y atletismo van de la mano. Las nuevas tecnologías y los artilugios que se han creado para que el corredor pueda practicar su afición mientras escucha a sus grupos favoritos vía móvil, Ipod o mp3 (por citar tres de los aparatos más utilizados) han contribuido incluso a que se destierre aquello tan mentado de que correr es aburrido.

MÚSICA EN DIRECTO
Lezo, Pasaia, Trintxerpe...

Los organizadores de la Behobia no son ajenos a esta moda y dan cada vez más protagonismo a la música. Al igual que se sucede en las grandes carreras populares del mundo, diferentes puntos del recorrido están salpicados por grupos que animan el paso de los corredores con sus instrumentos.
Hay clásicos de toda la vida (los txistularis de Trintxerpe), y otros de nuevo cuño como los dj's del puerto de Pasaia, el grupo Ácido C, que tocará este año en Lezo, el presentador de Gaztea Ohian Vega, que pinchará discos en el Boulevard, o la txaranga Pasaia, que estará en el Kursaal. Pero, sobre todo, sonará música en la salida. Behobia se asemeja cada segundo domingo de noviembre a un estadio, aunque donde hay gradas y césped, aquí hay comercios por los que transita la clientela francesa en busca de alcohol y tabaco, tres gasolineras (que cierran por unas horas), y asfalto cubierto de atletas. A vista de pájaro, cualquiera diría que en tan pequeño y estrecho espacio puede entrar un pelotón de más de 23.000 atletas pero, como en el chiste de los navarros y el seiscientos, entra.
A los hits de la Behobia arriba mencionados se suman este año las aportaciones que los propios corredores han hecho en el foro de Internet de la carrera (www.behobia-sansebastian.com). Para gustos están las canciones, así que la lista de temas es extensa. Legs, de ZZ TOP, Sweet child o'Mine, de los Guns n'Roses, Where the streets have no name, de U2, Chocolate molinillo, una popular canción infantil, Lovers in Japan, de Coldplay, Whisky in the jar, de Metallica, Corren, de Gossos, Run to the hills (versión Iron Maiden o versión Gary Moore), Paquito el chocolatero; Negua joan da ta, de Zea Mays, Ecuador, de Sash, Fiesta, de The Pogues, Born to run, de Bruce Springsteen, Egunero, de Hertzainak, la banda sonora de Piratas del Caribe, Start me up, de los Rolling; Hurricane, de Bob Dylan, The Bongo Song, de Safri Duo, y hasta Nessun dorma, de Luciano Pavarotti, componen la relación de temas propuestos por los participantes.
Tal es la pasión de algunos corredores por la música que hace tres años Chema Martínez tomó el micrófono de Etxeberria y se arrancó con El ritmo del garaje, de Loquillo, solo unos minutos antes de salir rumbo a su cuarto triunfo en el Boulevard.

* Artículo publicado en la sección de Deportes de NOTICIAS DE GIPUZKOA

Controles

Debo tener cara de sospechoso, o cierto parecido con algún criminal albano-kosovar en busca y captura, porque soy carne de cañón en los controles policiales. No hay semana en la que el agente de turno no detenga mi vehículo unos segundos, a veces varios minutos, y me pida la documentación, que le abra el maletero o que le diga dónde trabajo. Suelen ser paradas de puro trámite -"¿De dónde viene? ¿A dónde va?"-, salvo cuando te ponen mirando al río. Es lo que denomino la pena de los conductores que te miran desde su coche cómo estás retenido mientras hacen cola en un control, en analogía con la famosa pena del Telediario. El caso es que tiene uno la sensación de que se han incrementado los controles en los últimos meses. Di go yo que será por la crisis. Yo tengo hasta mi propio ranking: de más a menos, la Policía Nacional se lleva la palma en número de controles, por delante de la Policía Foral, la Guardia Civil, la Ertzaintza y las policías municipales. Esta semana, en un control de un cuerpo que omitiré (no sea que el agente lea este texto y se mosquee), un agente me hizo un par de preguntas que nunca me habían hecho en tantos años de registros policiales. Tras entregarle el DNI, el agente me pidió permiso para inspeccionar mi coche (era la primera vez que me lo pedía un policía) y, a continuación, me soltó: "¿Lleva estupefacientes o algún arma encima?". "Dos Colt 45 y quince gramos de maría", estuve a punto de contestar, por aquello de relajar el ambiente. Con todo, solo hay una cosa que me molesta: que se dirijan a mí llamándome "caballero". Caballero es la persona que monta a caballo, por Dios.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Truco y trato

Sucummbí al happy meal del McDonald's, sucumbí a los cromos de las Winx, a los sobres sorpresa, a las gomas de silicona con forma de animales y a las silly bandz, logo bandz y mama bandz; sucumbí a la Barbie y toda su corte, a la Nancy fashion, al monopatín de toda la vida y al de palo tentetieso; sucumbí a las calcamonías, a Disney Channel (hasta que aprendí a caparlo con el mando a distancia), a Hannah Montana, a Patito feo con sus Divinas y sus Populares, a Bob Esponja, Patricio, Calamardo, e incluso a Pocoyó; sucumbí a los juegos de diseña tus collares y tus pulseras, sucumbí a las chucherías de los domingos por la tarde, a los mostos del mediodía, a los helados de chocolate del verano y al chocolate con churros del invierno; caí en la tentación del viaje a Eurodisney, y a la visita a Port Aventura -"ya que estamos, habrá que entrar"-. Sucumbí a todo esto, hasta que llegó Halloween. Y por ahí no paso. "Truco o trato", me soltaron el otro día vestidas de zíngaras desde su metrotreinta de estatura. "¿Truco o qué?". "Halloween", dijeron ante la cara de tontaina de quien no sabe de qué le están hablando. "Galletas y chocolatinas", exigieron. El culto a la muerte siempre me ha dado yuyu y no digo ya las películas de terror, que me obligan a cambiar de canal cada vez que se asoma una escena de las de cuchillo y motosierra. Donde esté el suspense, que se quite el terror con sus zombis, vampiros y momias. Así que con esta fiesta importada de Norteamérica que, al parecer, se está expandiendo como una mancha de aceite, como que no hay trato.