miércoles, 16 de noviembre de 2011

Cuando la marca se convierte en una obligación

Cuando corres la Behobia, rara vez te pregunta alguien si has terminado la carrera, si has completado las 20.000 zancadas más célebres entre la república independiente de Irun y el Bule. Se presupone que la has acabado y se supone que, si sales, tienes que llegar. Algunos (pocos) te preguntan acerca de si has disfrutado. Pero, y por este orden, quieren saber: a) Cuánto tiempo has tardado en cubrir esos 20 kilómetros. b) Cuánto has sufrido. Parafraseando un famoso dicho, en la Behobia sufrir es (casi) inevitable, pero batir tu propio registro es opcional. La Behobia se ha convertido para muchos participantes en la dictadura del cronómetro. Tanto tardas en correr la carrera, tanto vales. La obsesión por mejorar la marca personal o superar la del año anterior está muy extendida entre el pelotón de populares. El problema es cuando esa obsesión pasa a ser un fracaso personal si no se consigue el objetivo. Lo que no debería ser más que una nimiedad (no lograr la marca pretendida) se convierte en un bajón de autoestima. Porque casos como estos, haberlos, haylos.
Con 22 Behobias consecutivas en las piernas, yo también sucumbí durante años a esa obligación del cronómetro hasta que me di cuenta de que desde la salida a la meta no despegaba la mirada del asfalto de lo jodido (con perdón) que corría para alcanzar la marca soñada. Ha sido correr como acompañante (liebre) de debutantes y descubrir que se puede disfrutar de otra Behobia sin la autopresión (si se me permite el palabro) y sin mirar al reloj. Con el reloj me pasa ahora como a los exfumadores con el tabaco: me he convertido en un activo defensor de disputar la Behobia sin perder el tiempo en tiempos. Es imposible saber cuántos de los 400 corredores que necesitaron asistencia sanitaria lo hicieron porque forzaron la máquina en exceso para alcanzar el registro que se habían marcado. En jornadas como la del pasado domingo, con un viento sur que te resecaba la boca cada segundo, lo que aconsejaba la cabeza (y sobre todo el cuerpo) era tomártelo con mucha calma. En carreras que superan los 15 kilómetros, seguramente solo la alta humedad es un enemigo comparable al viento sur. Te va debilitando sin que casi te des cuenta y te deja fundido, sin fuerzas, casi siempre cuando te restan cinco o seis kilómetros para pisar la meta. Si a eso le añades que la Behobia es un continuo sube y baja... Nunca había visto tantos corredores atendidos al borde de la carretera. No diré que me encontré un par de atletas tirados en cada kilómetro, pero sí tuve algo más que la sensación de que la alta temperatura y el ambiente caluroso (apenas sopló el viento) estaba causando estragos. Ni las continuas advertencias del Fortuna para que los corredores nos hidratáramos adecuadamente antes y durante la carrera (también después), ni el hecho de que cada año sea más patente que los participantes se preparan más y mejor, han evitado que se haya vivido la carrera más accidentada de los últimos 32 años. Al Fortuna le ha pasado este año como al himalayismo con los accidentes: se ha hablado más del aparatoso desenlace de la carrera que del éxito de la trama.

* Artículo publicado en la sección de Deportes de NOTICIAS DE GUIPUZKOA

1 comentario:

  1. Muy buena Moli,no creo que valga de mucho tu reflexión, pero es muy buena.
    El año que viene más de lo mismo,pero como lloverá y hará viento no pasará nada......

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