viernes, 17 de mayo de 2024

Las cosas del comer

No hay sarao que se pierda el delegado o la delegada del gobierno de turno. Donde hay pompa y circunstancia, allí que acude. Los hay con más o menos afán de protagonismo, pero digamos que tienen una agenda de actos que ni el Papa de Roma y sus habituales audiencias. Amén de ir de inauguración en inauguración, de obra en obra y de ágape en ágape, la Administración central tiene por costumbre anunciar a bombo y platillo sus inversiones, aunque en eso todas las instituciones son como almas gemelas. La propaganda ha tomado en los medios de comunicación el lugar que hace años correspondía a la información. El caso es que rara vez el delegado o la delegada de la CAV de turno da explicaciones sobre la cosas del comer, sobre los problemas cotidianos que afectan al ciudadano de a pie. No verán al delegado o la delegada de turno ofreciendo una rueda de prensa sobre los continuos problemas en los trenes de cercanías, que son de su competencia y se han convertido en un problema endémico, o sobre la ausencia de examinadores en Tráfico, que también es de su competencia. A lo sumo, aprovecharán uno de los saraos para, a preguntas de los periodistas, hacer una declaración para salir al paso, pedir disculpas y a otro canapé, mariposa.

martes, 14 de mayo de 2024

Buzones

He perdido la cuenta de las veces que, llegados a la cima de un monte, alguno de los acompañantes pregunta por qué hay un buzón. Para que quede por escrito, aquí va la explicación. La tradición se remonta a principios del siglo XX, cuando se puso en marcha un concurso de montes que luego, en 1949, desembocó en el Concurso de los 100 Montes, una actividad apadrinada por la Federación Vasca de Montañismo que hoy en día sigue vigente y que consiste en subir un centenar de cumbres de Euskal Herria en un mínimo de cinco años y un máximo de diez, sin hacer más de 20 al año. ¿Cómo se acreditaba a principios de 1900 que un montañero había subido un monte? El montañero dejaba una tarjeta en el buzón con su nombre, el monte que había subido y la dirección postal de su club. El siguiente montañero que llegaba a la cima, recogía la tarjeta y la enviaba al club del montañero mencionado para que así constara que había subido a esa cumbre. Esta liturgia hoy está en desuso ya que preferimos sacar una foto, a veces hasta tapando el pobre buzón. Y eso que hay a cientos. Se calcula que existen 900, de todos los diseños, colores y tamaños, y, de hecho, la Federación Guipuzcoana de Montañismo, gracias a la labor de Urdaburu Mendizale Elkartea, tiene catalogados los 310 del territorio, que se pueden localizar en su web.

sábado, 11 de mayo de 2024

El día que la expedición Tximist acarició el Everest

Se cumplen 50 años de la expedición vasca que el 13 de mayo de 1974 estuvo a un paso de hollar el techo del mundo

El 13 de mayo de 1974, hace ahora 50 años, Felipe Uriarte y Ángel Rosen llevaron al montañismo vasco a la cota más alta que jamás había alcanzado. Recluidos en una minúscula tienda, con un viento que azotaba con tal fuerza que era complicado mantenerse en pie, tuvieron que renunciar a su sueño de hollar el Everest (8.848 metros). 

La víspera habían ascendido hasta una altura de 8.530 metros, el campo IV, último enclave antes de atacar la cumbre. Sin embargo, un viento furioso echó al traste sus planes y les obligó a renunciar a la cima. Unos días, después, el 25 y 26 de mayo, Ricardo Gallardo y Luis Abalde, en una cordada, y Julio Villar y Rodolfo Kirch, en otra, lo intentaron, pero desistieron al alcanzar los 8.000 metros.

Esos 8.530 metros quedaron para la historia hasta que en 1980 otra expedición, de la que formaban parte un buen número de alpinistas que habían intentado hollar el Everest en 1974, saborearon el éxito de la mano de Martin Zabaleta.

Pero retrocedamos seis años. En 1974 viajar al Himalaya era algo más que una aventura. La expedición Tximist, que debía su nombre a las célebres pilas que se fabricaban en Oñati, en la empresa Cegasa de Juan Celaya, salió de Gasteiz en febrero. El Gobierno de Nepal había autorizado la ascensión al Everest en unos tiempos en los que solo se concedían dos permisos al año: uno en primavera y otro en otoño. 

Hasta entonces, solo siete expediciones de Inglaterra, Suiza, Estados Unidos, India, Japón e Italia habían intentado coronar el techo del mundo. “Había un montón de expediciones de diversos países que querían intentarlo. Las gestiones para un país como el nuestro que no tenía experiencia en esas lides internacionales eran complicadas. Los británicos, por ejemplo, como habían sido colonizadores lo tenían más dominado”, explica Antxon Iturriza, autor de Historia testimonial del montañismo vasco. De los Pirineos al Himalaya (1939-1980), una Biblia del alpinismo de Euskal Herria. Iturriza recuerda que Txomin Uriarte incluso se desplazó tres años antes, en 1971, a Katmandú para gestionar in situ la autorización y aprovechó para hacer una escapada al Everest: “Fue el primer vasco que vio el Everest.”

Tres camiones partieron desde tierras vascas con 17 toneladas de material en dirección a Nepal en una expedición que costó unos 15 millones de pesetas (90.000 euros) y tuvo a Juan Celaya como principal sustento economico. “Juan Celaya fue un personaje clave. Era una estirpe que se ha extinguido, que es la de los mecenas. Apoyó un presupuesto que entonces era astronómico. Nadie hubiera podido financiar aquello. Aquel ofrecimiento conjugó las ensoñaciones de los montañeros con la realidad”, rememora Iturriza. Los montañeros salieron el 13 de febrero desde Barajas y, tras hacer escala en Copenhague, aterrizaron en Katmandú. La expedición estuvo integrada por 16 miembros: Juan Ignacio Lorente, Felipe Uriarte, Ángel Rosen, Luis Mari Saenz de Olazagoitia, Juanito Cortázar, Juan Carlos Fernández Latorre, Alfonso Alonso, Francisco Lusarreta, Txomin Uriarte, Julio Villar, Ángel Landa, Luis Abalde, Ricardo Gallardo, Rodolfo Kirch, Fernando Larruquert y Ángel Lerma. 

Larruquert, cámara al hombro, y Lerma, fotógrafo, filmaron paso a paso la aventura en aquellos largos meses, un trabajo que dio lugar al documental Agur Everest, que narra tanto la expedición de 1974 como la de 1980.

Una marcha de aproximación con 400 porteadores llevó a los montañeros hasta el campo base, a donde llegaron el 25 de marzo. Era adentrarse en un terreno desconocido porque el montañismo vasco apenas tenía experiencia en grandes montañas, más allá de la expedición a los Andes de 1967. “No habíamos hecho casi nada en grandes altitudes. Concebir la posibilidad de ir al Everest en ese tiempo fue un salto extraordinario técnico y mental. Hoy en día hay centenares de personas que han subido al Everest, pero en aquel momento solo lo habían hecho 36. Enfrentarse a un reto al que se habían atrevido las mayores potencias del mundo fue un salto extraordinario”, señala Iturriza.

Eran ellos y el Everest porque no había una sola expedición más. Hoy puede haber 400 o 500 personas en el campo base, pero entonces eran ellos y sus dificultades, como conocer qué tiempo iba a hacer. Sin partes meteorológicos, sintonizaban una radio india que daba una predicción muy general del Himalaya. Iturriza subraya que “iban a ciegas. No sabían qué tiempo iba a hacer dos días después”. 

Durante dos meses, la expedición se empleó a fondo para tratar de escalar la mole más famosa del mundo en una condiciones alejadas de las actuales. “No había ni equipos para esas altitudes, empezando por las botas y terminando por los anoraks. Fue un salto al vacío. Una auténtica aventura ya desde el principio”, evoca Iturriza, quien subraya que uno de los principales cometidos era mantener en condiciones la complicada Cascada de Hielo. Pese a las dificultades, llegar a los 8.350 metros fue un hito y, sobre todo, un aprendizaje que sirvió para que, solo seis años después, la ikurriña ondeara en lo más alto del mundo.


Trece años sin huella en la cima más célebre

Los montañeros vascos han ascendido el Everest 27 veces, la última en 2011

El vizcaino Unai Llantada holló el Everest el 21 de mayo de 2011 y, desde entonces, ningún montañero vasco ha coronado la cima más alta de la Tierra. Los éxitos de los alpinistas de Euskal Herria entre finales del siglo pasoado y el inicio del XXI han dado paso a un llamativo vacío que dura trece años. 

Lo cierto es que en los últimos tiempos los montañeros vascos no se prodigan en el masificado Everest y tampoco abundan como antaño las expediciones a las cordilleras del Himalaya y el Karakorum, donde se levantan las catorce cumbres más elevadas del planeta.

Solo 26 alpinistas vascos se han hecho la icónica foto en la cima más celebre del mundo. Martin Zabaleta, al grito de “Egin dugu, egin dugu! Gora Euskadi askatuta!”, abrió el historial el 14 de mayo de 1980 junto al sherpa Pasang Temba, y su estela la han seguido otras dos docenas largas de alpinistas, entre ellos una mujer, Edurne Pasaban, que coronó la cima en 2001. 

Para calibrar la medida del hito que marcó Zabaleta, basta apuntar que en 1980 no se habían alcanzado ni el medio centenar de ascensiones al Everest desde la primera cumbre de Edmund Hillary y Tenzing Norgay el 29 de mayo de 1953.

Entre la ascensión de Zabaleta y siguiente éxito vasco en el denominado Tercer Polo de la Tierra pasaron doce años. 1992 fue el año más prolífico. Hasta siete montañeros vascos hollaron el Everest, cuatro de ellos el mismo día, el 25 de septiembre: Pitxi Egillor, Patxi Fernández y Félix y Alberto Iñurrategi, que ya llevaban un tiempo despuntando. Alberto Iñurrategi fue el más joven en ese momento en subir el Chomolungma sin oxígeno. Egillor, a sus 76 años, se mantiene en plena forma y se le puede ver hoy en día corriendo carreras de montaña. 

A la vera de los hermanos de Aretxabaleta llegó Josu Bereziartua, que formaba parte de la misma expedición y coronó la cumbre el 1 de octubre. Jose Ramon Agirre, Marron, lo hizo en 1993, en su proyecto de ascender los siete montes más altos de los siete continentes, y Juanito Oiarzabal es el único vasco que ha hollado el Everest dos veces: en 1993 con ayuda de oxígeno artificial y en 2001 a pleno pulmón. 

Precisamente, 2001, junto al citado 1992, fue el año con más éxitos vascos en la montaña nepalí. Además de Oiarzabal, subieron el Everest Juan Vallejo, Mikel Álvarez, Patxi Goñi, la mencionada Edurne Pasaban, Julen Reketa e Iñaki Ochoa de Olza. La montañera tolosarra alcanzó la cima con la ayuda de oxígeno y, diez años después, lo intentó de nuevo pero sin recurrir a las famosas bombonas, pero no logró hollar la cima.   

Robert Larrandaburu, Pipas, y Fréderic Lafitte son los únicos montañeros de Iparralde que han ascendido al techo del mundo, en 2002, y el ordiziarra Pedro García en 2010 y Unai Llantada en 2011 los últimos de la lista. 


VACOS EN EL EVEREST

Alpinista                         Vía                 Año

Martin Zabaleta         Collado Sur 1980

Pitxi Egillor                 Collado Sur 1992

Patxi Fernández         Collado Sur 1992

Alberto Iñurrategi         Collado Sur 1992

Félix Iñurrategi         Collado Sur 1992

Josu Bereziartua         Collado Sur 1992

Mikel Reparaz         Collado Sur 1992

Pedro Tous                 Collado Sur 1992

Jose Ramón Agirre         Collado Sur 1993

Alberto Zerain         Collado Sur 1993

José María Oñate         Collado Sur 1993

Juanito Oiarzabal         Pilar Sur            1993

                                        Collado Norte 2001

Juan Vallejo                 Collado Norte 2001

Mikel Álvarez                 Collado Sur 2001

Patxi Goñi                 Collado Sur 2001

Edurne Pasaban         Collado Sur 2001

Julen Reketa                 Collado Sur 2001

Iñaki Ochoa de Olza Collado Sur 2001

Frédéric Lafite         Collado Norte 2002

Pipas Larrandaburu          Collado Norte   2002

Boli Goikoetxea          Collado Sur 2004

Josu Feijoo                  Collado Norte 2006

Juanra Madariaga          Collado Sur 2008

Víctor Izquierdo          Collado Norte 2009

Pedro García                 Collado Norte      2010

Unai Llantada                 Collado Sur 2011




Buzones

He perdido la cuenta de las veces que, llegados a la cima de un monte, alguno de los acompañantes pregunta por qué hay un buzón. Para que quede por escrito, aquí va la explicación. La tradición se remonta a principios del siglo XX, cuando se puso en marcha un concurso de montes que luego, en 1949, desembocó en el Concurso de los 100 Montes, una actividad apadrinada por la Federación Vasca de Montañismo que hoy en día sigue vigente y que consiste en subir un centenar de cumbres de Euskal Herria en un mínimo de cinco años y un máximo de diez, sin hacer más de 20 al año. ¿Cómo se acreditaba a principios de 1900 que un montañero había subido un monte? El montañero dejaba un tarjeta en el buzón con su nombre, el monte que había subido y la dirección postal de su club. El siguiente montañero que llegaba a la cima, recogía la tarjeta y la enviaba al club del montañero mencionado para que así constara que había subido a esa cumbre. Esta liturgia hoy está en desuso ya que preferimos sacar una foto, a veces hasta tapando el pobre buzón. Y eso que hay a cientos. Se calcula que existen 900, de todos los diseños, colores y tamaños, y, de hecho, la Federación Guipuzcoana de Montañismo, gracias a la labor de Urdaburu Mendizale Elkartea, tiene catalogados los 310 del territorio, que se pueden localizar en su web.

sábado, 4 de mayo de 2024

La marcha afgana

Ahora que se ha puesto de moda reflexionar durante cinco días, vengo aquí a proponer otro método para ejercitar el cuerpo y la mente. Lo encontré en una de tantas publicaciones que hay en las salas de espera de las consultas médicas, revistas a las que no prestamos atención porque estamos atrapados por el móvil. El artículo en cuestión lo firmaba Markel Pérez, médico deportivo, y hablaba de cómo nos podemos poner en forma practicando la marcha afgana que, por lo visto, es el último grito en el vasto mundo del deporte. La marcha en cuestión la patentaron los nómadas de Afganistán, grandes caminantes que, según apunta el galeno, recorrían largas distancias sin apenas cansarse. El ejercicio combina algo tan simple y básico como caminar y respirar, pero tiene su aquel. He aquí la técnica más conocida, la de los ocho pasos. Consiste en coger aire por la nariz en los tres primeros pasos, aguantarlo en el cuarto, exhalar en los pasos quinto, sexto y séptimo, y volver a aguantar en el octavo paso. Así sucesivamente, en un ejercicio de sincronización de pasos y respiración que exige cierta concentración, paciencia y constancia, tres virtudes que no suelen abundar. El autor asegura que aporta beneficios como el aumento de la resistencia, la reducción de la fatiga y la mejora del bienestar general. Será cuestión de probar.