viernes, 31 de julio de 2020

Apilar piedras en el monte

De todas las modas absurdas que se han ido sucediendo en los últimos años, hay una que ha pasado un tanto desapercibida, pero que, además de ser propia de tontainas, es dañina para el medio ambiente. Se trata de amontonar piedras en el monte para formar figuras o nombres y, cómo no, inmortalizar la hazaña en una selfi que se sube a la red social de turno. Una gilipollez, lo de dejar la firma de uno a su paso por el monte, que sobre todo afecta a zonas de Pirineos pero que también ha hecho carrera en lugares más cercanos como el monte Larun. Solo hace falta asomarse a una de las áreas de este balcón de Euskal Herria para comprobar que la estupidez humana no tiene fin. Decenas de piedras están apiladas sin ningún sentido, mientras al lado aparecen escritos sobre el terreno varios nombres dibujados con pequeños pedruscos. Lo que puede parecer una nimiedad, no es tal. Expertos aseguran que estas prácticas causan daño a la flora, la fauna y el ecosistema, además de que alteran el paisaje. Con lo sencillo que es dejar el monte tal y como te lo encuentras (y de paso llevarte a casa la basura que generas), siempre hay quienes dan la nota. Será los mismos que se dedican a poner pegatinas hasta tapar las señales que indican el nombre y altura en las cimas de los puertos más míticos de los Pirineos.

viernes, 24 de julio de 2020

Armstrong, el farsante

"Vaya donde vaya, el resto de mi vida, alguien se acercará y me dirá: que te jodan”. Así comienza Lance (Movistar +), el documental que narra la trayectoria del, seguramente, deportista más tramposo de la historia: Lance Armstrong. La historia es de sobra conocida y no es el primer documental en el que participa el exciclista texano, pero no está de más escuchar los testimonios que se ofrecen, desde Floyd Landis (pieza clave) hasta Johan Bruyneel, otro farsante. Armstrong no ha perdido la arrogancia que mostró en sus años de profesional. Es un soberbio y no lo disimula. No hay más que ver el desprecio con el que habla del Tour que ganó Carlos Sastre. Pero quizás lo más llamativo del documental es que cuesta creer que Armstrong ganara siete Tours seguidos dopado hasta las cejas sin que se presentara prueba alguna. Al espectador poco ducho en ciclismo le queda claro que sus victorias (anuladas posteriormente) fueron encubiertas, entre otros, por la UCI y el emporio millonario que se creó alrededor de su figura. Como a otros tantos ídolos caídos, a Armstrong le pudo la avaricia. Volver después de tres años retirado fue su perdición. No reclutó a Landis que, despechado, cantó la Traviata. La historia de chico que supera un cáncer y gana siete Tours se desmoronó como un castillo de naipes para dar paso a uno de los escándalos más vergonzosos de la historia del deporte.

viernes, 17 de julio de 2020

No sin mi mascarilla

He perdido la cuenta de las veces que he tenido que volver a casa, al coche o a la redacción en busca de la mascarilla porque se me había olvidado ponérmela. De la misma forma que todos los días salimos de casa con el móvil, nos acostumbraremos (mal que nos pese) a salir con la mascarilla. Se va a convertir en un apéndice más de nuestro cuerpo. Y si no, ya estará ahí la policía de la mascarilla para ejercer el macartismo, como en su día hizo la policía de balcón. Porque somos gentes de costumbres y solo obedecemos a golpe de prohibiciones. Si nos recomiendan tal o cual cosa, tendemos a no seguir el consejo hasta que se convierte en obligatorio. Recuerda a esos tramos de carretera en los que está prohibido circular a más de 80 kilómetros por hora. Todos los días superamos los 80 km/h, hasta que instalan un radar, nos fríen con un par de multas y ya entonces pisamos el freno. Más o menos lo que ha sucedido con las mascarillas. Llevarlas es un incordio (no conozco a nadie que esté encantado de ponérsela), pero es un elemento indispensable para frenar los brotes y los rebrotes. Solo un consejo a las autoridades: sería deseable que las órdenes que se publican en el Boletín Oficial del País Vasco fueran un pelín menos farragosas.

viernes, 10 de julio de 2020

Turismo por escalafones

Durante años, algunos responsables turísticos han ensalzado hasta la saciedad a los visitantes más pudientes, a quienes pueden gastar sus euros en hoteles, restaurantes y tiendas de postín sin tener que mirar la cuenta corriente. Cuanto más gastaran, mejor. Todo turista era bienvenido, pero digamos que, si dividiéramos a los visitantes en escalafones, en último lugar situaríamos a los mochileros, como si no hubiéramos sido mochileros alguna vez en nuestra vida, y en la cúspide colocaríamos a la típica pareja de jubilados norteamericanos o británicos que tiene el dinero por castigo. En algún lugar de esa pirámide situaríamos a las autocaravanas, un colectivo demonizado a este lado de los Pirineos. Solo hay que cruzar la muga para comprobar que Francia trata a los turistas de autocaravana con casi idéntico mimo que lo hace con el que se aloja en un hotel. Me lo decía el otro día un amigo que habitualmente se va de vacaciones con la casa a cuestas: "Como no gastamos en alojamiento, la gente se piensa que no gastamos allí donde vamos, pero hacemos compras, bebemos, vamos a restaurantes y consumimos como el resto". Casualidades de la vida, la pandemia ha convertido este tipo de turismo en uno de los más solicitado por ser más seguro.

viernes, 3 de julio de 2020

Equivocarse

Se atribuye al escritor alemán Johann W. Goethe la frase: "El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada". Durante esta pandemia que no acabamos de quitarnos de encima, se diría que ha estado prohibido equivocarse. A quien se ha equivocado en la toma de decisiones, en recomendaciones que luego han sido contraproducentes o en pronósticos que luego no se han cumplido, le han caído y le seguirán cayendo una lluvia de palos. Muchas veces por personas que ni han tomado ni tomarán una decisión en su vida, o que a lo más que aspiran es a decidir si compran el yogur natural sin azúcar o con azúcar. Parafraseando a Goethe, el que nunca toma decisiones, nunca se equivoca. También durante estos tiempos raros que vivimos desde hace casi cuatro meses nos hemos vuelto un pelín más irascibles. Debe ser por el encierro. ¿Que alguien se equivocaba? Chorreo de improperios en las redes. Cierto es que a veces hubo decisiones incomprensibles (recuerden lo de que los niños solo podían salir si iban al súper o a la farmacia acompañando a un adulto, qué tiempos), pero ya lo dijo otro escritor, en este caso poeta, el británico Alexander Pope: "Errar es humano, perdonar es divino y rectificar es de sabios". Así que equivóquense, que ganarán en sabiduría.