sábado, 25 de noviembre de 2023

Móviles y menores

Desde esta semana, Italia impide por ley que los menores de edad accedan a través de sus móviles u otros dispositivos a contenidos inapropiados, ya sea de violencia, pornografía, juegos de apuestas, mensajes de odio o discriminación, webs que promocionan trastornos alimentarios o páginas de sectas. Las operadoras de telefonía activan el bloqueo de manera automática y a través de la tarjeta SIM, de manera que se impide al menor navegar por los bajos fondos de Internet, si se me permite la expresión. Los expertos aseguran que la medida no es la panacea, pero menos es no hacer nada. Hecha la ley, hecha la trampa, porque el bloqueo tiene sus limitaciones: sólo funciona si la tarjeta SIM está a nombre del menor. El control de los contenidos que ven nuestros hijos e hijas se puede regular por ley, pero somos los padres y madres los que tenemos la obligación de velar por que hagan un uso racional de los móviles. En teoría, es sencillo. Basta con recurrir a la educación y los valores, aquello que nos transmitieron nuestros padres y madres. En la práctica, se complica. Muchas veces no tenemos ni idea de qué contenidos ven en sus móviles. Les facilitamos, cada vez a una edad más temprana, una herramienta que se convierte en un arma de propagación de lo peor de la sociedad.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Ayunar 14 horas

Si eres un lector empedernido de periódicos (cuanto más variados, mejor), te encuentras con informaciones, reportajes y entrevistas que te dejan ojiplático. Ya sea si lees de adelante hacia atrás o viceversa (yo soy más de viceversa), no hay día que no descubras nuevas palabras, personajes variopintos o sesudos informes. Vamos allá. Ai Futaki, que se define como mensajera subacuática, documentalista y fotógrafa marina, asegura que es sintoísta. ¿Sinto qué? Sintoísta, persona que cree que el espíritu está en todo y que todos somos iguales. Me deja frío el tema. Sigamos leyendo. Una investigación del King’s College de Londres ha concluido que ayunar durante 14 horas (entiendo que seguidas) regula el hambre y mejora el estado de ánimo y el sueño. He hecho cálculos (aquí somos de letras), y eso supone que, si cenas a las 21.00 horas, hasta las 11.00 horas del día siguiente no pruebas bocado. No me convence. Mi estómago no está preparado para tanto vacío. Siguiente. ¿Alguna vez se han preguntado cuánto vale una gasolinera? ¿Han tenido el capricho de comprar una? He aquí la respuesta: un millón de euros, céntimo arriba, céntimo abajo. Es el precio que va a pagar Cepsa por cada una de las 230 gasolineras low cost de Ballenoil. Al precio que está la gasolina, me parece hasta barato.

lunes, 13 de noviembre de 2023

Un tesoro a conservar

En busca de la Behobia era el lema este año de la carrera más popular, en el más amplio sentido de la palabra, entre las populares. El lema era un guiño al icónico Pirata, el no menos popular personaje que desde 1992 anima a los participantes en la bajada de Gaintxurizketa con una enorme bandera pirata, una ikurriña y sendos bafles con los decibelios a tope de rock y heavy. Cuando vas en busca de la Behobia, te encuentras un tesoro. Porque es un tesoro correr en mitad de un pasillo humano que no para de animar durante tres horas. Porque es un tesoro que cientos de voluntarios estén pendientes de cada uno de los participantes en avituallamientos, consignas, cruces, salida, meta… Porque es un tesoro el ambiente que se vive dentro y fuera. Tras el boom que se vivió hace unos años en las carreras populares, cuando medio mundo se echó a correr, con el paso del tiempo esa moda se ha estabilizado y un buen número de pruebas han perdido gancho (ahora lo que se lleva es andar en bici, un deporte menos lesivo). La Behobia es una de las excepciones. No sólo mantiene el tirón sino que atrae a nuevos participantes. Ayer casi la mitad eran debutantes. Hace tiempo que se convirtió en algo más que una carrera, en un acontecimiento social, un tesoro deportivo, cultural y económico a conservar.

viernes, 10 de noviembre de 2023

Cinco momentos para disfrutar (y sufrir) en la Behobia

La Behobia tiene tantos momentos como corredores y espectadores. Se calcula que cerca de 60.000 personas ven el paso de los miles de participantes (hay 30.000 inscritos, aunque el día de la carrera, por diversas circunstancias, causan baja unos pocos miles), así que tenemos miles de momentos, miles de detalles que hacen que esta prueba sea, además de un reto deportivo, un acontecimiento social. Hay momentos para disfrutar y otros momentos para sufrir. Aquí va una selección de cinco. 

1.La salida (para disfrutar) 

 La salida de la Behobia es un espectáculo en sí mismo. Pantallas gigantes con imágenes en directo, música con los clásicos hits de la carrera que pinchan Joseina Etxeberria y Mikel Apaolaza, y miles de corredores que van de aquí para allá forman un paisaje que se extiende por todo el barrio de Behobia, y que tiene su máxima expresión en la larga recta de salida. Durante hora y media se van sucediendo las salidas por grupos, 19 en total. 

De hecho, la Behobia es una de esas pocas carreras en las que el corredor es a la vez espectador. Si, pongamos, tu hora de salida es a las 10.50, puedes presenciar desde las 9.30, cuando salen los corredores con discapacidad, cómo va arrancado la carrera poco a poco y se va estirando el enorme pelotón. Por ese motivo, conviene ir con tiempo y, por su puesto, calentar un ratito. 

En los últimos años se ha puesto de moda sacarse fotos junto a la señal indicativa de Behobia, frente a la isla de los Faisanes. 



2. El paso por Errenteria (para disfrutar)

En 2014 el Fortuna decidió cambiar el recorrido de la Behobia. Desde entonces, la carrera ya no transcurre por los toboganes de Lezo y el puerto de Pasaia, sino que, una vez alcanzado el alto de Gaintxurizketa (km 7), se sigue por la N-I para atravesar Oiartzun, Errenteria y Pasai Antxo.Desde que se estrenó este trazado, impresiona correr en el tramo que va desde el polígono oiartzuarra de Lintzirin hasta la subida de Capuchinos.

Impresiona por la tantísima gente que hay en las aceras, sobre todo cuando se pasa a la altura de la Alameda de Errenteria.

Una avalancha de público que no para de animar, algo que es una constante a lo largo de los 20 kilómetros. Se viene uno arriba entre tantos gritos de ánimo, un chute de energía extra para subir Capuchinos, uno de tantos repechos que hay entre Behobia y el Boulevard. 

Por cierto, justo antes de entrar en el caso urbano de Errenteria, frente a la antigua gasolinera de Gabierrota,Salvamento Marítimo Humanitario coloca una lona azul que simboliza el mar para recaudar dinero, así que conviene llevar unos euros en el bolsillo para lanzarlos al pasar. 




3.La subida a Miracruz (para sufrir) 

A la altura de la estación del Topo de Herrera, con 15 kilómetros ya a la espalda, comienza la parte más dura de la carrera, más incluso que la subida a Gaintxurizketa. 

Arranca el ascenso al alto de Miracruz, una cuesta de un kilómetro que se hace eterno y que acaba al llegar al restaurante Arzak. Es el Tourmalet de la carrera, aunque, todo sea dicho, la Behobia no tiene un acusado desnivel positivo. 

Son apenas 192 metros (frente a los 164 metros del recorrido que se hacía hasta 2013), pero se suben y bajan tantas tachuelas que da la sensación de ir montado en una montaña rusa. 

Así que hay un truco mental que no falla y que consiste en marcarse una sucesión de pequeñas metas a lo largo del recorrido. Primero llego a Bentas de Irun, luego a Gaintxurizketa, sigo hasta Rente, Capuchinos, la cuestita de Buenavista (otra más), y así hasta Arzak, la última cuesta si descartamos la avenida de Navarra (entre los kilómetros 18 y 19), que al principio pica hacia arriba, y a esas alturas todo cuenta y todo se nota. 

Como sucede en otros tantos tramos, la subida a Miracruz es menos subida por el gentío que suele haber en las aceras. 






 4. Las tres últimas rectas (para sufrir y disfrutar) 

Los tres últimos kilómetros de la Behobia son prácticamente tres rectas. La primera, la bajada de Miracruz por la avenida José Elosegi, un tramo que agradece el cuerpo, ya cansado, y que acaba casi al llegar al último de los siete avituallamientos, el siempre animado puesto junto a la rotonda del reloj de Ategorrieta. 

La segunda recta, la avenida de Navarra, se recorre con el depósito ya al límite, antes de tomar la curva que conduce al paseo de la Zurriola y el larguísimo final (parece que no llega nunca) en el Boulevard. La carrera ya es entonces un pasillo humano, un griterío en el que se mezclan los constantes ánimos de los espectadores (un mundo de gente) con la emoción por atravesar la línea de meta en el Boulevard. 

 Es precisamente en estos tres últimos kilómetros donde más conviene hacer caso al cuerpo y no a la cabeza, donde conviene tirar de sensatez y no forzar la máquina si se siente que el físico no responde como debiera. Es, de hecho, la zona donde se producen más desfallecimientos. Una bajada de ritmo a tiempo es una victoria. 




5. El tercer tiempo (para disfrutar) 

Rebasada la meta, toca desperdigarse por un par de calles que, paradójicamente, están vacías de público. Se reservan para los corredores, que van recogiendo sus recompensas. Primero, la medalla, que se recibe de manos de voluntarios de Atzegi y que desde hace ya unos años está elaborada en madera por aquello de preservar el medioambiente. 

Luego, una bolsa con unos refrigerios, algo de comer y un poncho impermeable que acabas usando cuando llueve en alguna excursión traicionera de verano. Atravesada la Plaza de Gipuzkoa, se puede hacer cola para recibir un masaje o pasar por una carpa grande en la que, entre otras viandas, se ofrecen bocadillos de atún (después de 20 kilómetros comes lo que sea). 

Como colofón, sobre todo quienes pasan el fin de semana en Gipuzkoa, toca disfrutar del tercer tiempo behobiero, una comida normalmente copiosa, a veces rematada con algún pelotazo.




Gente de bien

La morralla que durante estos días se manifiesta ante la sede del PSOE Madrid supongo que es esa a la que Alberto Núñez Feijóo se refirió hace unos meses, en un debate en el Senado, como la “gente de bien”. Esa gente de bien que considera que la policía está para apalear a independentistas catalanes pero no para proteger la sede de un partido de hordas de ultras. Esa gente de bien del ordena y mando, del atado y bien atado, esa gente de bien que exhibe la bandera con el pollo, vomita su bilis homófoba y xenófoba, putodefiende España y corea un discurso del odio alentado por gentes como Esperanza Aguirre y su discípula Díaz Ayuso. Porque la calle, ya lo dijo Fraga, es suya. Es esa gente de bien que está todo el día con la matraca del Estado de Derecho, pero que cree que todo gobierno es ilegítimo si no es el de los suyos. Es esa gente de bien que desde las altas instancias de la judicatura, desde la mayoría conservadora del CGPJ, se pronuncia contra una ley de amnistía que ni siquiera se ha redactado. Es esa gente de bien que no acepta el juego democrático si no son ellos los que suman la mayoría. Es esa gente de bien a la que se ensalza desde los medios afines a la derecha y la ultraderecha, tan dados a atizar a nacionalistas, socialistas y gentes de izquierdas, como a disculpar a gente de bien como Javier de Andrés, que considera “sanas” y “buenas” las algaradas en la calle Ferraz.

jueves, 2 de noviembre de 2023

Rugby: buenas prácticas

Sam Cane, capitán de Nueva Zelanda, vio la tarjeta amarilla a los 28 minutos de la final del Mundial de rugby del pasado sábado. Cinco minutos después, previa supervisión del TMO (que en el rugby es el equivalente al VAR del fútbol), la tarjeta amarilla pasó a ser roja y fue expulsado porque en la revisión de las imágenes consideraron que, al golpear con un hombro en la mandíbula a un jugador de Sudáfrica, hubo “un alto grado de riesgo para el rival”. Más allá del debate que hay en el rugby sobre cómo el videoarbitraje está condicionando un deporte esencialmente de contacto, me quedo con la actitud de Cane. Ni un solo gesto de reproche al árbitro. En el rugby, lo excepcional es que un jugador proteste una decisión. Como estamos acostumbrados a que en otros deportes se monte un pollo con cada acción polémica, a los espectadores esporádicos, como yo, nos llama la atención el código de buenas prácticas que se maneja con el balón oval de por medio. Los valores predominan por encima de todo. El Mundial ha dejado un puñado de gestos de deportividad, como la visita de los ingleses al vestuario de Chile para beber todos juntos unos botellines de cerveza después de que los británicos arrasaran a Los Cóndores (71-0). Y, por supuesto, en las gradas las aficiones se mezclan. Ni un solo incidente en los 48 partidos del Mundial. Definitivamente, el rugby juega en otra liga.