sábado, 26 de febrero de 2022

Nosotras parimos

Echa uno la vista atrás y piensa que, con los filtros que usamos hoy, alguno de los disfraces que vestimos en los años 90 del siglo XX no superarían la prueba de lo políticamente correcto, aunque el Carnaval sea justamente lo contrario. Uno de esos años nos disfrazamos de familia gitana, con nuestro carromato (chimenea incluida) tirado por un caballo, nuestro patriarca y nuestros tenderetes. Nos faltó la cabra. La muy cabrona se olió el asunto y el día de autos desapareció monte arriba. En otra ocasión triunfamos con un disfraz muy pegado a la actualidad de entonces. Nos gustaba disfrazarnos de lo que estaba en boga (hoy iríamos de teta de Rigoberta Bandini, no lo dudo), así que uno de la cuadrilla importó una idea desde Iruña. Se celebraba por aquel entonces un juicio contra médicos que practicaban abortos y a ambos lados de la acera había manifestantes a favor y en contra. Nosotros, lógicamente, íbamos con los médicos. Así que el Lunes de Carnaval nos pusimos nuestros mejores vestidos, pintamos pancartas con sus eslóganes y confeccionamos pegatinas que íbamos repartiendo en las aceras. Entre pote y pote, mientras íbamos de bar en bar, cruzábamos la calle Altzate al grito de "Nosotras parimos, nosotras decidimos". Luego ya, según avanzó la noche, la cosa se desmadró. Pero eso ya es otra historia.

viernes, 18 de febrero de 2022

Apartheid

¿Se pueden mezclar en un mismo comunicado nombres y palabras como Urkullu, apartheid, segregación, Foro de Davos, instrumento de control, China, 5G, dinero digital, esclavitud, huella de carbono, batalla, DNI europeo y drones? Por poder, se puede. Y, de hecho, se hace. Un colectivo que dice defender la vida lo hace de cuando en cuando en unos extensos comunicados. Pero una cosa es escribir un comunicado con todas las palabras y nombres citados entre los dos interrogantes que abren este texto, y otra diferente es que ese comunicado tenga cierta coherencia, fundamento, que diría Arguiñano; y, sobre todo, credibilidad. Hay que leer dos veces esos comunicados porque son puro delirio. Todo el mundo está en su derecho de montarse su propia película sobre la pandemia y de denunciar el control de las autoridades, pero de ahí a hablar, por ejemplo, de apartheid, va un trecho. Sucede que en los últimos tiempos se ha maltratado el significado que tienen algunas palabras. Entre ellas, esa, apartheid. 27 años estuvo Nelson Mandela encarcelado por la política del apartheid. Si levantara ahora la cabeza y viera el uso que se le da a la palabra, se volvía a la tumba. La palabra apartheid se ha banalizado de tal manera que uno no sabe bien quiénes son los afrikáners en esta historia.

viernes, 11 de febrero de 2022

Nunca es tarde

Al hilo de una conversación que escuché hace unos días, aquí va un juego. Consiste en confesar cosas que uno nunca ha hecho aunque se hayan puesto de moda, tradiciones que no ha cumplido, lugares que nunca ha visitado aunque parezca que ha ido todo el mundo o planes que pueden ser fastuosos, a lo Georgina (pronúnciese yeoryina), o modestitos, pero que nunca se han materializado. Empiezo yo. Nunca he corrido un encierro. Nunca he usado el aeropuerto de Hondarribia, ni para despegar, ni para aterrizar. Nunca he hecho esquí alpino. Nunca he asistido a una ópera. No he leído Patria. Nunca he estado en Italia (ni en Galicia). No he visto la Guerra de las Galaxias. No he leído ningún libro de Mario Vargas Llosa. No he practicado nunca el nudismo aunque sí he estado alguna vez en una playa mezcla textil-nudista. Nunca he comido (pagando) en un restaurante tres estrellas Michelin. Nunca he pasado las vacaciones en un crucero. Nunca he corrido la Zegama-Aizkorri. He cubierto partidos del Real Unión, Beasain, Sanse, Barakaldo, Zamudio y Sestao, pero nunca he estado en Ipurua, ni tampoco en el otro templo de Eibar, el Astelena. Nunca he estado en el Parlamento Vasco (ni en el navarro). En fin, lo confieso: no sé bailar el zortziko. Nunca es tarde.

viernes, 4 de febrero de 2022

Guardia Urbana

Acabada la cuarta y última entrega de El crimen de la Guardia Urbana, le miré a ella, que no había visto ni un solo minuto, y le dije: "Creo que llevamos una vida muy aburrida". Entiéndase el sarcasmo porque El crimen de la Guardia Urbana no es ficción, es una docuserie, y detrás de un crimen siempre hay una o varias víctimas, y siempre hay familias que sufren. El periodista Carles Porta, que lidera el equipo de Crims, la serie de TV3 basada en asesinatos reales ocurridos en Catalunya que ahora emite Movistar +, suele comentar que familiares de la víctima y de una de las personas condenadas les llamaron para agradecerles cómo habían abordado una historia que tiene todos los ingredientes: amores que se cruzan, celos, policías implicados y, parafraseando a aquella película de Steven Soderbergh, sexo, mentiras y wasaps (en el filme original eran cintas de vídeo). En síntesis, El crimen de la Guardia Urbana narra cómo dos agentes de la policía local de Barcelona matan a la pareja de ella. Buena parte del gancho de los cuatro documentales que componen la serie es la narrativa periodística que se utiliza (los móviles y el Whatsapp son un filón) y el acceso a las fuentes que ha tenido el equipo que lideró Porta. Por cierto, la serie en realidad es una adaptación televisiva del programa Crims, de Catalunya Ràdio. Un espacio de radio llevado a la pequeña pantalla.