Acabada la cuarta y última entrega de El crimen de la Guardia Urbana, le miré a ella, que no había visto ni un solo minuto, y le dije: "Creo que llevamos una vida muy aburrida". Entiéndase el sarcasmo porque El crimen de la Guardia Urbana no es ficción, es una docuserie, y detrás de un crimen siempre hay una o varias víctimas, y siempre hay familias que sufren. El periodista Carles Porta, que lidera el equipo de Crims, la serie de TV3 basada en asesinatos reales ocurridos en Catalunya que ahora emite Movistar +, suele comentar que familiares de la víctima y de una de las personas condenadas les llamaron para agradecerles cómo habían abordado una historia que tiene todos los ingredientes: amores que se cruzan, celos, policías implicados y, parafraseando a aquella película de Steven Soderbergh, sexo, mentiras y wasaps (en el filme original eran cintas de vídeo). En síntesis, El crimen de la Guardia Urbana narra cómo dos agentes de la policía local de Barcelona matan a la pareja de ella. Buena parte del gancho de los cuatro documentales que componen la serie es la narrativa periodística que se utiliza (los móviles y el Whatsapp son un filón) y el acceso a las fuentes que ha tenido el equipo que lideró Porta. Por cierto, la serie en realidad es una adaptación televisiva del programa Crims, de Catalunya Ràdio. Un espacio de radio llevado a la pequeña pantalla.
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