miércoles, 29 de noviembre de 2006

Políglota ETB

Primero pensé que algún fenómeno paranormal estaba afectando a mi televisión. Luego sospeché que el unicejo de Corella (con perdón de los unicejos y de gure lehendakari Miguel Sanz) estaba manipulando la antena de televisión, dado el afán que tiene este hombre por primar toda lengua que no sea el euskera. Y concluí que, como estamos a final de año, a los mandamaeses de ETB no les llegaban los cuartos para pagar a los dobladores de dibujos animados. Al grano. Una, dos y hasta más de diez veces he comprobado que ETB emite los dibujos animados en versión original (y sin subtítulos en euskera). Tengo testigos presenciales de la cosa. Osease, Heidi habla con el abuelo en alemán, Calimero y su cáscara de huevo se expresan en italiano, Shin Chan habla un japonés que nos suena a chino y Tintín utiliza la lengua de Molière. De Marco no hay noticias, seguramente porque sigue buscando a su madre. Y Oliver y Benji, esos dos tipos que están media vida buscando la portería rival, creo que se emiten en otra cadena. El caso es que oír a Heidi en alemán te produce un shock tan grande como cuando escuchaste por primera vez a JR, el malo de Dallas, hablar en euskera, allá por los 80. Por razones que desconozco, los dibujos animados de ETB son de lo más políglotas. Ahora que andan los colegios e ikastolas implantando el tercer idioma entre sus alumnos, la cadena de Iurreta se ha adelantado a los nuevos tiempos y te planta a primera hora de la mañana la clase de alemán, japonés y, si te descuidas, de chino mandarín. No está mal, aunque no entiendas ni papa.

miércoles, 15 de noviembre de 2006

Te apuesto 20 pollos

Mikel Mindegia y José Mari Olasagasti se van a jugar 600.000 duros (osease, 18.000 euros de toda la vida) para ver quién de los dos corta 24 troncos en el menor tiempo posible. Y no se andan con chiquitas. Antes de empezar a afilar las hachas, cada uno ya ha puesto su montoncito de dinero encima de la mesa. 6.000 euros de nada en billetes de 500, de esos de los que no conoces ni el color. Ni avales bancarios, ni cheques. Dinero contante y sonante, en efectivo, que luego las palabras se las lleva el viento. Los dos aizkolaris añaden un nuevo capítulo a la eterna historia de las apuestas. Porque por estos pagos hacer una apuesta es tan común como irte de cena. Que ésa es otra. Te apuntas a la clase de aerobic, y a la semana ya está la lista para la primera cena; le ayudas al vecino a subir la leña, y ya tienes montada otra... Con las apuestas pasa ídem de ídem. No hay reto sin apuesta y viceversa. Te puedes jugar desde un par de cervezas a que la Real gana su primer partido en la undécima jornada, o un cubata a que Grecia logra la Eurocopa de fútbol (Peje, me las debes desde hace dos años). Pero ya se riza el rizo si te juegas 20 pollos de caserío a que subes en bici una cuesta con un desnivel del 20% antes que tu colega, que lo hace corriendo. Y hablando de correr. Felipe, hace ya tres años que perdiste la apuesta de que el Barakaldo-UPV descendería de la Liga Asobal de balonmano. Prometiste que si se salvaba que lo hizo, subirías corriendo a San Marcial. Y todavía te estamos esperando. Así que ponte las pilas, que está este país lleno de especialistas en lanzar apuestas y luego hacerse los suecos.


martes, 14 de noviembre de 2006

¿Cambia tu vida si bajas de una hora y 30 minutos?

Tomo prestado el título de este comentario de una reflexión que el doctor José Manuel González Aramendi realizaba en las páginas de este periódico hace una semana, en un interesante artículo en el que ofrecía a los lectores su octavo y último consejo médico antes de la disputa de la Behobia-San Sebastián. Advertía González Aramendi de que hoy en el deporte ya sea en una carrera a pie, en una marcha cicloturista o en un campeonato de futbito interbares priman los resultados sobre el disfrute de la competición. Y no le faltaba razón. La Behobia, por ejemplo, se ha convertido en la quintaesencia de la marca. Alcanzas la meta del Boulevard y la noticia no es si te ha costado llegar o si has disfrutado por el impresionante apoyo del público. No. La pregunta, la dichosa pregunta, es: "¿Qué tiempo?". Interesa conocer cuántas horas, minutos y segundos (las centésimas no se facilitan) has empleado en recorrer 20 durísimos kilómetros. Entre un buen montón de participantes y, por qué no, también entre espectadores y acompañantes, la marca parece que prevalece sobre los muchos atractivos que tiene una carrera única. Tanto corres, tantos vales. Conceptos como el disfrute, la satisfacción por haber completado con éxito tu plan de varios meses de entrenamiento o el simple hecho de la sana competición junto a miles de deportistas quedan en un segundo plano. Da la impresión de que hemos trasladado a la Behobia la competitividad que impera en nuestros quehaceres diarios. Competimos en el trabajo y competimos también en nuestro tiempo de ocio. La fijación por completar la prueba en el registro que se ha previsto puede llegar a convertirse en una obsesión, cuando no en un elemento de autopresión. Hay quien considera un fracaso no haber unido Behobia y Donostia en el tiempo que tenía estipulado. Nada más lejos de la realidad. La marca que cada uno logra en la Behobia no es más que un simple y frío dato. Nos permite tener una referencia, pero en ningún caso debería servir como termómetro para medir si hemos disfrutado o no en la carrera. Es lógico que en cada uno anide un afán de superación y que se trate de mejorar el registro del año anterior. Pero, por encima de todo, está disfrutar, que cada participante viva su propia historia, como dice el eslogan del maratón de Nueva York. Dicen algunos behobieros que la carrera está perdiendo algo de su romanticismo. Comentan algunos espectadores que cada vez corre menos gente disfrazada y que abundan quienes miran y miran al cronómetro. Puede ser. Puede que la competitividad nos haya atrapado a todos y que hayamos convertido al reloj en un enemigo más temible que los altos de Gaintxurizketa y Miracruz. Sea o no sea así, el año que viene volveremos a la salida de Behobia.
Puede que la competitividad nos haya
atrapado a todos y hayamos convertido al reloj en un enemigo.

* Texto publicado en la sección de Deportes de NOTICIAS DE GIPUZKOA tras correr la Behobia-San Sebastián de 2006

viernes, 10 de noviembre de 2006

La tribu de la Behobia

Que la Behobia es la carrera más popular de Euskadi no lo dudan ni los del centro de Bilbao. Desde que en 1979 el Club Deportivo Fortuna recuperó esta competición , nacida en 1919, ha crecido de manera imparable hasta convertirse en un acontecimiento deportivo de primer orden. Atletas, público y organizadores han hecho que cada segundo domingo de noviembre unir Behobia y Donostia zancada a zancada se convierta en una fiesta. He aquí la descripción de una docena de personajes para comprender por qué carrera ha alcanzado una fama mundial. 

l. El debutante.
En una prueba con tal cantidad de participantes, lógicamente siempre hay alguien que debuta. Más que alguien, habría que decir cientos de atletas. No es fácil distinguir al debutante, salvo que lo veas por los aledaños de Behobia tratando infructuosamente de colocarse el chip cronometrador, o con cara de despistado buscando la pancarta de salida. Normalmente lleva dorsal blanco, salvo que haya acreditado un registro inferior a una hora y 33 minutos (los hombres) y una hora y 43 minutos (las mujeres) en otras carreras con la misma distancia que la Behobia. Si prueba, es muy probable que repita y se convierta en un adicto más. 

2. El veteranísimo.
La Behobia es para él una cita más sagrada que la cena de los jueves en la sociedad con la cuadrilla. Como lleva tantas ediciones en sus piernas, se conoce todos los trucos. Sabe que no es conveniente salir muy fuerte porque, si no, luego se paga el esfuerzo. Recuerda dónde están los avituallamientos y dónde se coloca la parentela para saludarle. Cada año trata de mejorar el registro del anterior, y no es raro que enganche su pasión por la Behobia a otro miembro de la cuadrilla o al típico cuñado que lleva sin correr desde la época de los grises. 

3. El reivindicativo.
Desde tiempo inmemorial, la Behobia se ha convertido en un escenario propicio para las más variadas reivindicaciones. Todos los años hay quien aprovecha para protestar por el cierre de una empresa o porque le quieren poner la dichosa incineradora en la puerta de su casa. Hay atletas reivindicativos en la propia carrera, pero sobre todo abundan los espectadores que al mismo tiempo aplauden el paso de los atletas y, pancarta en mano, piden soluciones a tal o cual problema. Hay una cuadrilla que no falla ningún año. Cada uno lleva impresa en la camiseta una de las ocho letras de Amnistía y corren ocupando el ancho de la carretera.

4. El francés.
Se le reconoce a la legua. No hace falta siquiera que abra la boca. Viste colores muy vivos y llamativos y hace gala de buen humor. Una gran mayoría procede de Burdeos y su región, donde la carrera recibe el sobrenombre de la pequeña maratón de Nueva York. El francés disfruta como un niño, acude bien preparado y luego se pega la zampada padre en un restaurante de Donostia, con cánticos incluidos. 

5. El favorito.
Es un tipo que corre la Behobia tan rápido que no se le ve ni durante el calentamiento. Se distingue del resto porque lleva el dorsal de color rojo y porque pesa 540 kilos menos que tú. Suele estar afilado como un cuchillo. Sufrir, sufre como el resto porque, lo quiera o no, tiene que completar los mismos 20 kilómetros. 

6. El minusválido.
Si alcanzar Donostia a pie ya exige un exigente esfuerzo, hacerlo con alguna minusvalía requiere un gasto de energía descomunal. Los atletas invidentes, los discapacitados que corren a pie o los que utilizan la silla de ruedas arrancan los aplausos más sentidos de la carrera. Quienes se mueven en silla sufren lo indecible en el montón de cuestas que jalonan el trazado y se lanzan a tumba abierta en los descensos. Salen media hora antes que el resto y es imposible que un corredor a pie bata el récord del francés Joel Jeanot (46 minutos y 42 segundos, del año 2003). 
  
7. El famoso.
Todos los años disputan la prueba caras conocidas. Hay clásicos como Serafín Zubiri, y en los últimos años Abraham Olano este año no corre, pero durante años también participaron y participan Ibarretxe antes de ser proclamado lehendakari, Pedro Miguel Etxenike, Urío Velázquez, Iñaki Perurena, Miguel Fuentes, Andoni Egaña y los presentadores de televisión Estitxu Fernández, Andoni Aizpuru y Josu Loroño

8. El abuelo.
El personaje más entranable. Por él no pasan ni los años ni los kilos. Muchos sorprenden por su envidiable condición física. Las apariencias engañan. Son capaces de sostener un notable ritmo de carrera durante 20 largos kilómetros. Las estadísticas hablan. En la edición de 2004 compitieron 1.624 atletas mayores de 50 años. El 92% de los hombres alcanzó la meta, y el 96% de las mujeres también recibió el aplauso del público en las calles de Donostia.

9. El disfrazado.
Habitualmente debajo de todo disfraz se esconde un ciudadano francés. Son los más marchosos y animosos. Abundan los payasos, con globos incluidos, y nunca faltan ni el preso, con la bola pegada a los pies, ni la pareja de novios (él de traje y ella de blanco). En los últimos años ha decrecido el número de disfrazados, aunque se ha dejado ver algún Bin Laden y algún otro disfrazado de planta de marihuana con un canuto espectacular. 

10. El que corre de espaldas. 
Ver para creer. Hay un tipo que corre la carrera de espaldas, o sea, mirando en dirección a Behobia. Cuando lo ves, te parece que está mirando en lontanaza para comprobar si viene un compañero que se ha rezagado. Pero lo cierto es que si estás un rato a su lado, compruebas que corre como los cangrejos. Hacia atrás, con todo el pelotón de frente... Sin retrovisor y sin caerse. 

11. El de la cuadrilla.
Se trata, generalmente, de un atleta guipuzcoano que arrastra hasta las cunetas a toda su cuadrilla para que le vitoree a su paso. Si es una cuadrilla de las de fundamento, es posible que le preparen una pancarta con su nombre y un "Eutsi fulano" o un "Aupa mengano". Como toda cuadrilla que se precie, la Behobia no acaba en el Boulevard sino en una comida posterior en un restaurante de Donosti y, por qué no, en una cena unos días después en la sociedad del pueblo. Tratándose de una cuadrilla, lo lógico es que corra más de uno, por lo que entonces es impepinable el cruce de apuestas. "Que si te pago una cena si me sacas diez minutos", o "Si no bates el tiempo del año pasado, te pago un año de cervezas". 

12. El público.
Es el otro protagonista. Desde la salida a la meta no hay ni un solo metro sin espectadores. El público ha aportado buena parte de la cuota que ha convertido a la carrera en una fiesta y un éxito. Ningún corredor se queda sin su dosis de ánimo, sobre todo en los dos últimos kilómetros, que suelen estar atestados de gente. Aquí también hay clásicos y veteranos, es decir, espectadores que todos los años ven la carrera y animan al pelotón desde el mismo lugar.



* Texto publicado en la sección de Deportes de NOTICIAS DE GIPUZKOA días antes de disputar la Behobia-San Sebastián.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

La mirada del despistado

Dice un amigo que cuando dejas a tu espalda un vestuario en el que te acabas de cambiar, una terraza en la que has tomado un café, un vestidor en el que te has probado ropa o una campa en la que te has zampado un hamaiketako, hay que echar la mirada del despistado. Bueno, él no lo llama el despistado, le pone otro apelativo que no se puede escribir aquí para no herir sensibilidades. La mirada del despistado sirve para comprobar que te has dejado la kirol txartela debajo del banco del vestuario, para ver que se te olvidaba la cazadora colgada del cambiador o para recuperar esos guantes perdidos entre la nieve. Basta girar el cuello para ver si te dejas algo. Pero no siempre funciona. Hay gente despistadísima capaz de perder un piolet que no es una herramienta pequeña, por cierto en pleno descenso del Aneto o el tique de la autopista en el trayecto de Bilbao a Donostia. Algo ridículo, puesto que el tique sólo puede estar en el coche, salvo que se lo lleve una ráfaga de viento. Pero el colmo del despiste es ir a sacar dinero al cajero y, después de hacer la operación de marras, dejarte el dinero en la ranura por la que salen los billetes. Conozco a un tipo despistadísimo que ha tropezado dos veces en esta misma piedra. En ambas ocasiones, metió la tarjeta, tecleó la clave, la cantidad y demás, y, como los cajeros, al menos los de 4B, primero sueltan la tarjeta y el ticket y luego la pasta, se fue tan contento. Al mirar la cartera se dio cuenta de que se había dejado los mil duros en el cajero. Y ya era tarde. Algún agraciado pensó que el aparato se había vuelto loco y escupía billetes de mil pesetas.

jueves, 2 de noviembre de 2006

Ese Madrid generoso

Contaba el otro día El País en su contraportada que el Real Madrid le niega la venta de entradas a un discapacitado porque no es socio. Antonio Monerris, que así se llama el hincha merengue, quería regalarle un par de localidades a su novia para disfrutar del Madrid-Racing del pasado sábado. Pero llegó el que dicen es el mejor club de la Historia del balompié, ese club "castizo y generoso, todo nervio y corazón" (lo dice su himno), y dijo que nones. Que con 200 plazas para minusválidos en un aforo de 80.000 butacas ya vale. Y que si no eres socio, pues lo ves desde tu silla de ruedas, pero en el salón de tu casa o en el bar. Pues eso, que un club que maneja un presupuesto de 346 millones de euros no está para estas menudeces. Ya se sabe que la grandeza a veces nubla la vista. El Madrid podía tomar ejemplo de los clubes ingleses, que le llevan traineras de ventaja en la atención a personas con discapacidad. El caso del aficionado blanco ilustra como pocos la escasa e incluso nula sensibilidad que muchas instituciones y personas muestran con este colectivo. No hay más que mirar a nuestro alrededor y ver que abundan las aceras sin rebajar, las tiendas con escalones, los parkings sin ascensor, los baños con puerta pequeña o los listos que aparcan el coche al lado de la puerta de entrada del centro comercial de turno, eso sí encima de la pintura amarilla reservada para los discapacitados. El Madrid, desgraciadamente, no es el único que les desprecia. El promotor de la gira de los Rolling reservó seis entraditas para minusválidos en el concierto que se celebró en Bilbao en 2003. Todo un ejemplo de generosidad.