miércoles, 8 de noviembre de 2006

La mirada del despistado

Dice un amigo que cuando dejas a tu espalda un vestuario en el que te acabas de cambiar, una terraza en la que has tomado un café, un vestidor en el que te has probado ropa o una campa en la que te has zampado un hamaiketako, hay que echar la mirada del despistado. Bueno, él no lo llama el despistado, le pone otro apelativo que no se puede escribir aquí para no herir sensibilidades. La mirada del despistado sirve para comprobar que te has dejado la kirol txartela debajo del banco del vestuario, para ver que se te olvidaba la cazadora colgada del cambiador o para recuperar esos guantes perdidos entre la nieve. Basta girar el cuello para ver si te dejas algo. Pero no siempre funciona. Hay gente despistadísima capaz de perder un piolet que no es una herramienta pequeña, por cierto en pleno descenso del Aneto o el tique de la autopista en el trayecto de Bilbao a Donostia. Algo ridículo, puesto que el tique sólo puede estar en el coche, salvo que se lo lleve una ráfaga de viento. Pero el colmo del despiste es ir a sacar dinero al cajero y, después de hacer la operación de marras, dejarte el dinero en la ranura por la que salen los billetes. Conozco a un tipo despistadísimo que ha tropezado dos veces en esta misma piedra. En ambas ocasiones, metió la tarjeta, tecleó la clave, la cantidad y demás, y, como los cajeros, al menos los de 4B, primero sueltan la tarjeta y el ticket y luego la pasta, se fue tan contento. Al mirar la cartera se dio cuenta de que se había dejado los mil duros en el cajero. Y ya era tarde. Algún agraciado pensó que el aparato se había vuelto loco y escupía billetes de mil pesetas.

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