viernes, 31 de enero de 2014

Regios hospitales

el Gobierno de la Comunidad de Madrid ha renunciado esta semana a su megaplan para privatizar la sanidad pública después de dos años de reveses judiciales y de protestas en la calle de profesionales y ciudadanos. Su proyecto de dejar en manos privadas seis hospitales que se estrenaron en 2008 ha pasado a mejor vida. Hasta aquí lo importante, el meollo de la cuestión. Vayamos a lo accesorio. Tres de esos seis centros sanitarios se llaman Infanta Leonor, Infanta Cristina e Infanta Sofía. Reconozco que he recurrido a una compañera de la redacción puesta al día en el colorín para saber quién es la infanta Sofía (la segunda hija de don Felipe y doña Letizia, me aclara). En la comunidad madrileña hay otro hospital que lleva por nombre Infanta Elena, otro se llama Príncipe de Asturias, otro Rey Juan Carlos y su santa esposa tiene, por lo menos, tres: en Murcia, Córdoba y Tudela. Deduzco que Urdangarin, al que le van a endiñar hasta la muerte de Manolete, no pone nombre a ninguno y que, a lo sumo, su prole tendrá por ahí dedicado algún ambulatorio o un cuarto de socorro. Que a estas alturas de la película se bautice a edificios públicos tirando del árbol genealógico borbónico te retrotrae varios siglos atrás, al feudalismo, al tiempo del rey, la Corte (de palmeros) y sus vasallos. Digo yo que en Madrid habrá decenas de hombres y mujeres ligados a la sanidad merecedores de dar nombre a un centro sanitario. Así que nada, sigan poniendo a los hospitales públicos nombres monárquicos que luego el campechano, el heredero y ellas se encargarán de ir a clínicas privadas para parir vástagos o para operarse caderas y rodillas.

viernes, 24 de enero de 2014

Can Barça

Mira tú por dónde, el presidente del Barça, Alexandre Rosell Feliu, no ha tenido que dimitir por las antaño clásicas pañoladas en el Camp Nou tras la enésima decepción de la hinchada, sino por las reiteradas denuncias de un socio empeñado en pedir cuentas al més que un club. Jordi Cases, un farmacéutico de Esparraguera, es la cara visible de la querella que investiga el juez Ruz en la Audiencia Nacional por las presuntas irregularidades en el fichaje de Neymar. Digo la cara visible porque no resultaría extraño que detrás de esta denuncia se encuentren algunos de los personajes del famoso entorno de Can Barça. Pese a que el asunto no ha hecho más que arrancar, vuelven a salir a la palestra las obscenas cantidades de dinero que se mueven en el opaco mundo del fútbol, que para más inri está inundado de deudas multimillonarias. De fondo, como de costumbre, aparecen las escandalosas comisiones que se llevan los intermediarios, sean profesionales de la representación o familiares del futbolista de turno. El padre de Neymar, entre otras millonarias prebendas, se lleva crudos nueve millones por dos partidos amistosos del Barça contra el Santos (las tarifas del caso Noós son pecata minuta en comparación) y 7,9 millones por tener preferencia en el posible fichaje de tres jugadores del club brasileño. De locos. El jugador cobrará 54 millones en cinco años, con diferentes primas por objetivos y varias cláusulas, una de ellas alucinante: percibe 2,5 millones por aceptar jugar donde le diga el entrenador. Camufla que algo queda.

jueves, 23 de enero de 2014

ITV

Ya puedes llevar en el coche 40 kilos de hachís, 20 de marihuana, tres metralletas y cinco kilos de amonal que, si detienen tu vehículo en un control policial, lo importante es si has pasado la ITV. Sucede con frecuencia. Sea cual sea el cuerpo de seguridad que instale el control, salvo que sea para realizar un test de alcoholemia, la autoridad competente, casi por instinto, dirige la mirada a la pegatinita que acredita si nuestro utilitario ha superado el examen de rigor en esas instalaciones que, o bien trabajan a medio gas porque parte de la plantilla está de huelga (léase Irun y Urnieta), o bien están atestadas de coches y camiones que guardan cola durante dos y tres horas (léase Doneztebe). Sí amigos, la prueba de la ITV ha pasado de ser un engorroso trámite a un trámite pesadísimo. Hemos pasado de hacerlo como se hacen aquí todas las cosas (en un titá), a tener que esperar pacientemente en la cola practicando algo tan cool como la calceta. O pidiendo cita previa que, en el caso de Irun, si se hace a través de Internet, no se logra para antes del 12 de marzo. Paciencia, paciencia. Hay que armarse de mucha paciencia. A las puertas, dicen, de un desarme, se han multiplicado los controles policiales. Hay de todos los colores: rojos, azules, verdes y azul oscuro. Hace unas semanas, a un conocido cantante vasco le pararon los de la txapela verde y el pinganillo. Le hicieron desmontar todas las cuerdas de su guitarra para comprobar si llevaba droga escondida. Ahora nos enteramos de que la Policía difundió el lunes un tuit en el que explicaba cómo esconder porros si vas a viajar fuera del Estado. ¿En la trócola?

viernes, 17 de enero de 2014

'Guerra de cupcakes'

cuando el otro día vi una fotografía de la agencia Efe en la que el presidente de La Rioja, Pedro Sanz, recibía en una audiencia oficial a un niño que había ganado el MasterChef txiki de TVE, me dije: La moda de los concursos de cocina en televisión se nos ha ido de las manos. En los últimos meses, al calor de los pucheros, los certámenes han crecido como las setas. Me reservo la opinión porque reconozco que no he visto ni uno solo de los concursos y a lo más que he llegado es a ver, arrastrado por la chavalería, varias entregas de una cosa (creo que se le puede llamar cosa) que emiten en Divinity y que lleva por nombre Guerra de cupcakes. Siempre he pensado que la cocina es material para tratar con pausa, a fuego lento y desprovisto de toda connotación competitiva, a pesar de que siempre han abundado los concursos de tortilla de patata, de ajoarriero, de calderetes y de guisos varios. Será que no soy cocinillas. Todo lo que sé hacer en la cocina se resume en cinco años de vida de universitario, o sea, un máster en espaguetis con tomate, empanadillas, tortillas y, si acaso, unas patatas a la riojana. Me especialicé en cambiar mi turno de cocina por el de fregar, así que con eso lo digo todo. No me gusta cocinar en este país que rinde culto a la comida. Pero me encanta comer y dejar el plato limpio como la patena. Así que podría decir que lo único imprescindible en una cuadrilla es que haya un buen cocinero. Y donde digo una cuadrilla, digo un equipo de fútbol o un grupo de currelas. El cocinero es el único ingrediente que no puede faltar.

viernes, 10 de enero de 2014

San Martín

"el nuevo mercado de San Martín debe ser un portal tecnológico y de servicios propio del año 2000, un cibernario similar al existente en París". Palabrita de Odón Elorza. Acabamos de retroceder hasta el año 2000. Se acordarán porque aquella Nochevieja (o no sé si la anterior) se iba a acabar el mundo. Bucear en la hemeroteca tiene estas cosas. Te encuentras unos titulares que, pasados los años, chirrían con la realidad. El viejo mercado de San Martín se metió en obras en 2003 y dos años después nació un nuevo edificio. Pero ya no había rastro de aquella planta que se iba a dedicar a las nuevas tecnologías y al uso público de Internet. O quizás sí. Quizás el entonces alcalde se refería a que una de las dos moles que forman el mercado donostiarra iba a ser ocupada por una multinacional de los discos, los libros y la electrónica en la que, efectivamente, cuando entramos podemos probar el iPad y el iPhone, y escuchar unas canciones por los auriculares. Quizás es que lo interpretamos mal. La otra gran ala del mercado, hoy, varios años después, la va a ocupar enterita el señor más rico de España, ese señor que no gasta un duro en publicidad para vender su ropa porque todos le hacemos la propaganda gratis con el boca a oreja. Así que el mercado de San Martín (puestos de abastos al margen, donde se vende muy buen producto) se reduce a sendos mastodontes y cientos de metros cuadrados ocupados por dos megaempresas. Y es que una cosa es lo que se quiere y otra lo que se puede.

viernes, 3 de enero de 2014

Desconfiados

es martes. Entro a un comercio de una localidad de Iparralde. Adquiero un artículo y, como de costumbre, me dispongo a pagarlo con la tarjeta de crédito. También como es habitual, entrego al dependiente la tarjeta de crédito y el documento de identidad. El dependiente mira el DNI con curiosidad y comenta: "Ya sé que en San Sebastián es obligatorio presentarlo, pero aquí no. Aquí solo lo pedimos cuando se paga con cheques (en Iparralde el abono con cheques es aún muy común, aunque sea para pagar pequeñas cantidades)". Vamos, que el tipo se fía. Siempre he tenido la impresión de que vivimos en un país de desconfiados, un país en el que la picaresca es una virtud y burlar las normas está hasta bien visto. Así que construimos una coraza para hacer frente a los desaprensivos, que los hay. Este será de los pocos países en los que detienes tu vehículo en un paso de cebra para ceder el paso a un peatón, y el peatón se niega a cruzar y te hace aspavientos con las manos para que primero pases tú. Un país en el que te tildarán de gilipollas si tienes dos pisos y los escrituras al precio que los compraste, y en el que adquieres un coche y lo pones a nombre de la amona, que no tienen carné de conducir pero es más barato. No nos fiamos, no. No estamos en Suiza, donde dejas una maleta a la vista en un descapotable y sabes que cuando vuelvas seguirá en el mismo sitio. Estamos en un país en el que si vas a un camping que está ocupado al 90% por ciudadanos holandeses, debes preocuparte del 10% restante. No nos fiamos ni de nosotros mismos.