el Gobierno de la Comunidad de Madrid
ha renunciado esta semana a su megaplan para privatizar la sanidad
pública después de dos años de reveses judiciales y de protestas en la
calle de profesionales y ciudadanos. Su proyecto de dejar en manos
privadas seis hospitales que se estrenaron en 2008 ha pasado a mejor
vida. Hasta aquí lo importante, el meollo de la cuestión. Vayamos a lo
accesorio. Tres de esos seis centros sanitarios se llaman Infanta
Leonor, Infanta Cristina e Infanta Sofía. Reconozco que he recurrido a
una compañera de la redacción puesta al día en el colorín para saber
quién es la infanta Sofía (la segunda hija de don Felipe y doña Letizia,
me aclara). En la comunidad madrileña hay otro hospital que lleva por
nombre Infanta Elena, otro se llama Príncipe de Asturias, otro Rey Juan
Carlos y su santa esposa tiene, por lo menos, tres: en Murcia, Córdoba y
Tudela. Deduzco que Urdangarin, al que le van a endiñar hasta la muerte
de Manolete, no pone nombre a ninguno y que, a lo sumo, su prole tendrá
por ahí dedicado algún ambulatorio o un cuarto de socorro. Que a estas
alturas de la película se bautice a edificios públicos tirando del árbol
genealógico borbónico te retrotrae varios siglos atrás, al feudalismo,
al tiempo del rey, la Corte (de palmeros) y sus vasallos. Digo yo que en
Madrid habrá decenas de hombres y mujeres ligados a la sanidad
merecedores de dar nombre a un centro sanitario. Así que nada, sigan
poniendo a los hospitales públicos nombres monárquicos que luego el
campechano, el heredero y ellas se encargarán de ir a clínicas privadas
para parir vástagos o para operarse caderas y rodillas.
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