viernes, 28 de junio de 2019

Chernobyl

El otro día, un escritor y columnista de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque se llama como yo y se apellida como una diseñadora de moda que estuvo casada con un periodista que no tiene abuela, pegó un palo a Chernobyl y, ya de paso, a todos los que ven (vemos) series. El palo a la serie de HBO puede tener un pase. Al fin y al cabo, es una serie sobre rusos hecha por estadounidenses y ya se sabe que los malvados rusos siempre son los malos de la película. Más allá de filias y fobias, Chernobyl es una buena serie que te deja un punto de intranquilidad. Porque este paraíso en el que vivimos está a medio camino de dos centrales nucleares: al norte, la de Blayais, muy cerca de Burdeos;al sur, la de Garoña. Y cuando ves las consecuencias que provocó la explosión del reactor 4, no puedes dejar de pensar que estamos rodeados de nucleares. Decíamos que el señor escritor también aprovechó para atizar a los autodenominados prescriptores: gentes que te recomiendan esta o aquella producción. “Las series se han convertido en el libro de los que no leen”, decía el susodicho. Puede ser. Pero series ha habido, hay y habrá toda la vida. Solo que ahora ha cambiado el modo de consumirlas y el volumen. Hay tropecientas, algunas muy buenas. Es cuestión de escoger. Yo, con permiso del señor escritor, les recomiendo dos: Mad men y Happy Valley, esta última de la mismísima BBC.

viernes, 21 de junio de 2019

Transpirenaica social

“Si tú o yo queremos viajar de Tánger a la península, nos basta con pagar 30 euros y montarnos en un vuelo barato. Ellos (los inmigrantes) pagan 2.500 euros a una mafia para cruzar el Estrecho en una patera que puede acabar en el fondo del mar”. Carmen Garrido, educadora de la Transpirenaica Social Solidaria, hace la reflexión mientras caminamos junto a una treintena de jóvenes y refugiados en riesgo de exclusión, en la tercera etapa de la travesía que partió el sábado de Hondarribia y llegará a mediados de julio al cabo de Creus, en aguas del Mediterráneo. Vamos de Elizondo al alto de Urkiaga, en Kintoa, a un paso del embalse de Eugi. Un territorio plagado de mugarris. Muchos de los chavales se sorprenden al comprobar lo sencillo que resulta pasar de un territorio a otro. “Pasa lo mismo cuando llegamos a Andorra y les explicamos que entramos en otro país”, abunda Carmen. El monte y todos los valores que transmite es el vehículo que sirve a los chavales para integrarse en una sociedad en la que a menudo se sienten excluidos. Chavales como Mbarek, Abdala o Abrhay, un eritreo, pura fibra, enjuto, que a los diez años dejó su aldea en chancletas y cruzó el Sáhara y el Mediterráneo, buscan su sitio en la sociedad... y en la vida.

viernes, 14 de junio de 2019

El chófer de Woody Allen

Imagino al chófer de Woody Allen, mapa en mano, o con el práctico Google Maps instalado en el móvil, buscando rutas alternativas para no pasar bajo el túnel de Polloe o por el túnel del Antiguo. Y así durante el mes y medio de rodaje. Porque Woody Allen no pasa por túneles. Vamos, que si su avión aterriza (es un suponer) en Hondarribia y tiene que desplazarse en coche desde el aeropuerto al Kursaal, su chófer no puede acceder a Donostia por el túnel de Polloe ni (supongo) entrar por la rotonda de Gomistegi porque unos metros antes... hay que atravesar un túnel. Allen es claustrofóbico, y también agorafóbico, o sea, que le asustan los espacios abiertos. En su catálogo de miedos se incluyen también las duchas con desagüe, cambiar el menú del desayuno o variar su ropa. Apostaría a que también es hipocondriaco. Más o menos. Según confesó hace unos años en una entrevista en El País, no es hipocondriaco, es alarmista. “No imagino que estoy enfermo, pero si veo una cosa pequeñita aquí, una picadura de mosquito, pienso que es un tumor cerebral. Tengo peculiaridades, pero no son peligrosas”. Así que si se topan con él por la calle, anímenle, porque, cómo no, también confiesa que es un pesimista sin remedio.

viernes, 7 de junio de 2019

La crisis de los 50

Está uno en esa edad en la que no sabe si es joven, viejo o todo lo contrario. Más cerca de los 50 que de los 40. Los 50 de ahora son los 60 de hace medio siglo. Antes con 50 eras casi viejo, y ahora con 50 eres casi joven. De la crisis de los 40 hemos pasado al síndrome de los 50. Sesudas investigaciones aseguran que la felicidad empieza a los 50. Cumplir 50 años se ha puesto de moda. Más que cumplir, celebrarlo. Soplas 50 velas y te cae una comida sorpresa de la familia, un finde con las amigas en fiestas de Cenicero o una noche de darlo todo. Modas. Frente a tanta gaita, un estudio presentado esta semana por la Fundación Compromiso y Transparencia asegura que más de siete de cada diez empresas del Ibex 35 presta “muy poca o nula” atención a los trabajadores de más de 50 años. Tenemos la mejor generación de jóvenes de la historia, vale, chavales a la última, que cursan siete másteres, hablan cuatro idiomas y se desenvuelven por el mundo como pez en el agua, pero la experiencia siempre es un grado. Los trabajadores de más de 50 años aportan un plus que cada vez se valora menos. Son ellos quienes nos enseñaron cómo se enfoca el titular de una noticia, cómo se emplastece una pared antes de pintarla, cómo se hace una buena masa antes de hornear el pan o cómo se cambia la junta de la trócola.