viernes, 14 de junio de 2019

El chófer de Woody Allen

Imagino al chófer de Woody Allen, mapa en mano, o con el práctico Google Maps instalado en el móvil, buscando rutas alternativas para no pasar bajo el túnel de Polloe o por el túnel del Antiguo. Y así durante el mes y medio de rodaje. Porque Woody Allen no pasa por túneles. Vamos, que si su avión aterriza (es un suponer) en Hondarribia y tiene que desplazarse en coche desde el aeropuerto al Kursaal, su chófer no puede acceder a Donostia por el túnel de Polloe ni (supongo) entrar por la rotonda de Gomistegi porque unos metros antes... hay que atravesar un túnel. Allen es claustrofóbico, y también agorafóbico, o sea, que le asustan los espacios abiertos. En su catálogo de miedos se incluyen también las duchas con desagüe, cambiar el menú del desayuno o variar su ropa. Apostaría a que también es hipocondriaco. Más o menos. Según confesó hace unos años en una entrevista en El País, no es hipocondriaco, es alarmista. “No imagino que estoy enfermo, pero si veo una cosa pequeñita aquí, una picadura de mosquito, pienso que es un tumor cerebral. Tengo peculiaridades, pero no son peligrosas”. Así que si se topan con él por la calle, anímenle, porque, cómo no, también confiesa que es un pesimista sin remedio.

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