viernes, 29 de febrero de 2008

Las tormentas de ideas de Iñaki Badiola

Cuentan quienes conocen a Iñaki Badiola que, antes de que el sol alumbre un nuevo día, él ya está tirando millas por el paseo de La Concha. Me lo imagino llegando a primera hora de la mañana a las oficinas de Anoeta, recién duchado y después de haber tomado el primer té chino de la jornada. Entrará en su despacho y llamará a su gente de confianza. Supongo que en ese momento es cuando se desatan las tormentas de ideas (brainstorming, que dirían los anglosajones), que luego expone en público el presidente o se cuelgan en la web. Porque, de todo lo que ha hecho Badiola en poco menos de dos meses, me quedo con su inagotable capacidad para proponer iniciativas y mantener al club en una continua efervescencia. Ha propuesto desde comprar Anoeta hasta vender entradas a un precio reducido de cinco euros para las señoras que acrediten 60 o más años, por exponer un propósito ambicioso y otro de menor calado. Ni en los tiempos de la presidencia de Astiazaran (auténtico experto en marketing y en vender el club como producto de consumo) se habían lanzado tantas y tan variadas propuestas. De todas, una de las que más se presta a la reflexión es su plan para incorporar al Bruesa y el Txuri Urdin a la estructura del club. Entiendo que son propuestas a largo plazo porque a corto los dos únicos objetivos de la Real deben ser, por este orden y por añadidura, el ascenso a Primera y sanear la tesorería, repleta de telarañas. En su propósito de materializar una fusión por absorción de la Real y el Gipuzkoa Basket Club, Badiola nada contracorriente. Y no sólo por el hecho de que se lo impida la Ley del Deporte de 1990 y un real decreto sobre las Sociedades Anónimas Deportivas de 1999. Es jurídicamente imposible, pero es que quizás sea poco recomendable. Durante los últimos años los clubes que pivotan sobre el equipo de fútbol y tienen a su vez varias secciones deportivas han tratado de restar estructura. Es decir, reducir gastos. El fútbol genera cada vez más ingresos, pero también cuantiosos gastos (no hay más que ver las fichas de algunos jugadores). Y, por norma general, las secciones son deficitarias (que no prescindibles) porque no generan la inversión que requieren, ya sea porque representan a deportes minoritarios que no arrastran al gran público o porque juegan en competiciones que requieren importantes gastos de desplazamiento, alojamiento, etc. No es, de momento, el caso de la Real, puesto que sus cuatro secciones (hockey, pelota, atletismo y actividades subacuáticas), suponen un gasto anual más que asumible de 81.500 euros. Pero es que, salvo Barça y Madrid, ningún club de Primera mantiene, y digo bien mantiene, a un equipo en la elite en el baloncesto profesional. No hay que irse muy lejos para recordar que el propio Real Madrid ha barajado en más de una ocasión desprenderse de la sección de baloncesto. Aunque también es cierto que una vez que ha inyectado dinero y ha llegado algún que otro título, el discurso de sus dirigentes ha cambiado... hasta incluso hablar de crear una franquicia europea de la NBA. El Barça es un caso aparte porque posee catorce secciones y tiene detrás una inmensa masa social, aunque a veces tenga que recurrir a sus hinchas futboleros para arropar a sus señeros y laureados equipos de baloncesto, balonmano o hockey sobre patines. 
 
* Texto publicado en la sección de deportes de NOTICIAS DE GIPUZKOA

martes, 26 de febrero de 2008

Enfermeras

Miedica por naturaleza, uno valora sobremanera algunas profesiones que no ejercería ni por todo el oro de Moscú. La de enfermería, por ejemplo. Ya sea por el respeto que me infunden todo tipo de agujas (hasta las de punto) o por el temor que me provoca la sangre la propia y la ajena, el caso es que el trabajo que realizan las otrora mal llamadas practicantes me merece el mayor de los halagos. No siempre es reconocida su labor tendemos a ensalzar a los médicos y menos en los tiempos que corren por Osakidetza. Hace unos días escribió en este diario el economista Xabier Uruñuela que los usuarios de la sanidad pública "han ido considerando estos servicios como un derecho personal gratuito, lo cual degenera en ocasiones hacia comportamientos de exigencia, actitudes arrogantes y a veces impertinentes hacia el personal sanitario". O sea, que hay quien confunde un hospital con un hotel en el que, si seguimos con los paralelismos, enfermeras, celadoras y auxiliares no son más que personal de (a su) servicio. Y no. Un hospital no es un hotel, ni las enfermeras son botones. Más bien son profesionales por vocación, con turnos de noche de diez horas (en una fábrica a correturnos son de ocho horas), mayormente con contratos eventuales y con una carga de trabajo que han ido aumentando año tras año. Gentes capaces de mostrar la mejor de sus sonrisas al paciente con la salud más precaria. ¿Y por qué tanta parrafada para ensalzar a tanta enfermera? Pues nada, simplemente, para mandar un saludo al personal de la cuarta unidad del Hospital del Bidasoa.

lunes, 11 de febrero de 2008

Nuestro idolo

Hubo un tiempo en el que los chavales de mi generación (la de Mazinger Z, Marco, Orzowei y compañía) disfrutábamos con ídolos que vivían a la vuelta de la esquina. Hoy los iconos del deporte se llaman Lionel Messi, Ronaldinho, Rafa Nadal o Pau Gasol. Entonces eran Dieguito Maradona, Michel Platini, Ivan Lendl o Kareem Abdul-Jabbar. Nuestro ídolo era más de andar por casa. Llevaba el número 2 en la espalda y se llamaba Genaro Celayeta (más tarde Zelaieta). Lo sabíamos todo de él. Que era del caserío Zigardi, que tenía cinco hermanos, que había jugado en el Gure... Sabíamos cuál era su coche, dónde vivía y hasta quién era su novia. Algunos, incluso, teníamos una foto firmada por él en la mesilla (entonces no existía el marketing, salvo aquella bandeja que creó la Kutxa al hilo de los dos títulos de Liga). En la imagen de la mesilla, junto a los libros que nos mandaban leer los maestros, aparecía vestido con el uniforme de la Real y la tribuna principal de Atocha al fondo. Como a todo ídolo que se precie, lo copiábamos todo. Su inconfundible estilo de jugar y hasta su forma de beber la Coca Cola: a morro, pero sin que el botellín tocara los labios. Todos los que entonces dábamos patadas al balón en el desaparecido campo de Toki Ona queríamos ser Zelaieta. Por eso íbamos a Atocha unas horas antes del partido, elegíamos en Preferencia una ubicación en la que no nos molestaran las dichosas columnas y veíamos a nuestro ídolo jugar contra Maradona, marcar un gol desde la banda, poner de los nervios a Hipólito Rincón y ganar un par de Ligas y una Supercopa (cuántos darían hoy por tener semejante currículum). Desde aquel altillo de Atocha disfrutamos de un equipo irrepetible que todavía hoy recitamos de carrerilla: Arconada; Celayeta, Górriz, Kortabarria, Olaizola; Alonso, Diego, Zamora; Idígoras, Satrustegi y López Ufarte. Siempre cumplidor, más pragmático que efectista, quizás no muchos recuerden que estuvo preseleccionado entre 40 jugadores para disputar el Mundial '82. Lo supimos por la prensa, que devorábamos para saber todo lo que se cociera sobre la Real y nuestro ídolo. Acabada la etapa más gloriosa que ha conocido el club donostiarra, ya con John Toshack en el banquillo, supimos que emigraba al Sabadell y allí fuimos, a la Nova Creu Alta, a verle debutar con Periko Alonso al lado cuando el verano del 86 tocaba a su fin. Nuestro ídolo regresó luego a casa en silencio, con su sonrisa bonachona, sus títulos y sus recuerdos. Dejamos de verle por televisión y pasamos a cruzarnos con él por la calle. En los últimos tiempos había jugado un partido contra una maldita enfermedad. Como tantos otros no ha ganado, pero tampoco ha perdido. En nuestra memoria colectiva quedará como un triunfador. Como nuestro ídolo de la infancia. Goian bego. Gizon ona.


* Texto publicado en las secciones de Deportes de NOTICIASDE GIPUZKOA y DIARIO DE NOTICIAS con motivo de la muerte de Genaro Zelaieta