Hubo un tiempo en el que los chavales de mi generación (la de Mazinger Z, Marco, Orzowei y compañía) disfrutábamos con ídolos que vivían a la vuelta de la esquina. Hoy los iconos del deporte se llaman Lionel Messi, Ronaldinho, Rafa Nadal o Pau Gasol. Entonces eran Dieguito Maradona, Michel Platini, Ivan Lendl o Kareem Abdul-Jabbar. Nuestro ídolo era más de andar por casa. Llevaba el número 2 en la espalda y se llamaba Genaro Celayeta (más tarde Zelaieta). Lo sabíamos todo de él. Que era del caserío Zigardi, que tenía cinco hermanos, que había jugado en el Gure... Sabíamos cuál era su coche, dónde vivía y hasta quién era su novia. Algunos, incluso, teníamos una foto firmada por él en la mesilla (entonces no existía el marketing, salvo aquella bandeja que creó la Kutxa al hilo de los dos títulos de Liga). En la imagen de la mesilla, junto a los libros que nos mandaban leer los maestros, aparecía vestido con el uniforme de la Real y la tribuna principal de Atocha al fondo. Como a todo ídolo que se precie, lo copiábamos todo. Su inconfundible estilo de jugar y hasta su forma de beber la Coca Cola: a morro, pero sin que el botellín tocara los labios. Todos los que entonces dábamos patadas al balón en el desaparecido campo de Toki Ona queríamos ser Zelaieta. Por eso íbamos a Atocha unas horas antes del partido, elegíamos en Preferencia una ubicación en la que no nos molestaran las dichosas columnas y veíamos a nuestro ídolo jugar contra Maradona, marcar un gol desde la banda, poner de los nervios a Hipólito Rincón y ganar un par de Ligas y una Supercopa (cuántos darían hoy por tener semejante currículum). Desde aquel altillo de Atocha disfrutamos de un equipo irrepetible que todavía hoy recitamos de carrerilla: Arconada; Celayeta, Górriz, Kortabarria, Olaizola; Alonso, Diego, Zamora; Idígoras, Satrustegi y López Ufarte. Siempre cumplidor, más pragmático que efectista, quizás no muchos recuerden que estuvo preseleccionado entre 40 jugadores para disputar el Mundial '82. Lo supimos por la prensa, que devorábamos para saber todo lo que se cociera sobre la Real y nuestro ídolo. Acabada la etapa más gloriosa que ha conocido el club donostiarra, ya con John Toshack en el banquillo, supimos que emigraba al Sabadell y allí fuimos, a la Nova Creu Alta, a verle debutar con Periko Alonso al lado cuando el verano del 86 tocaba a su fin. Nuestro ídolo regresó luego a casa en silencio, con su sonrisa bonachona, sus títulos y sus recuerdos. Dejamos de verle por televisión y pasamos a cruzarnos con él por la calle. En los últimos tiempos había jugado un partido contra una maldita enfermedad. Como tantos otros no ha ganado, pero tampoco ha perdido. En nuestra memoria colectiva quedará como un triunfador. Como nuestro ídolo de la infancia. Goian bego. Gizon ona.
* Texto publicado en las secciones de Deportes de NOTICIASDE GIPUZKOA y DIARIO DE NOTICIAS con motivo de la muerte de Genaro Zelaieta
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