jueves, 29 de enero de 2015

Qué nivel, Maribel

"Si Otegi está feliz de que gane Syriza, no podemos estarlo los españoles". Que me caigo muerto, oiga. Semejante frase dijo el otro día Esteban González Pons, a la sazón vicesecretario del PP y número dos de este partido en el Parlamento Europeo, para valorar el triunfo de los izquierdosos en Grecia. De una profundidad tremenda. Mezclar churras con merinas es poco. Solo le faltó aquello tan manido y de una lógica tan aplastante de que si Otegi es ETA, Tsipras es ETA. Que todo se andará. Si a Monedero le están revisando hasta la partida de nacimiento, qué no harán cuando vean peligrar el poder. González Pons coronó su comparecencia con otra de esas perlas que le retratan: "Los españoles, cuando peor estaban (los griegos), les prestamos 26.000 millones. Yo no soy partidario de perdonárselos, que nos los devuelvan". Cambien el sujeto griego por el sujeto banco o caja de ahorros, lean otra vez la frase y verán cómo la cosa cambia. Otro que se ha cubierto de gloria en los últimos días es Laurence Fink, presidente del fondo de inversión Blackrock. "Hay que educar a la población europea para que vote al líder correcto que tome las medidas correctas", dijo en Davos, ese foro en el que los ricos debaten sobre cómo pueden hacerse más ricos a costa de laminar los derechos sociales de la plebe. Qué nivel, Maribel.

miércoles, 21 de enero de 2015

0-23

Un abultadísimo resultado en un partido de baloncesto entre dos institutos ha provocado una fuerte controversia en EEUU. El equipo femenino de San Bernardino Arroyo Valley ganó al Bloomington High School por 161-2, lo que desembocó luego en un sanción de dos partidos al técnico del club vencedor por no respetar los valores del deporte escolar. Pero no hace falta cruzar el charco para comprobar que todos los fines de semana se registran marcadores que hacen un flaco favor a la competición. Basta repasar las dos últimas jornadas en varias categorías de Gipuzkoa para observar (los nombres de los equipos son lo de menos) que en baloncesto hubo sendos 8-78, 82-11, 81-28 y 94-22, o que en fútbol se dieron un 0-23, un 15-0 y un 17-0. Cuando más se desciende en la división, mayor es la diferencia. Un tanteador de este calibre entiendo que no provoca un trauma infantil (seguramente a los veintitantos años lo recuerdas con unas risas), pero dice muy poco de los valores que debe transmitir el deporte. Hay que saber perder pero, sobre todo, hay que saber ganar. No hay peor equipo que aquel que machaca despiadadamente a un rival. No hay peor entrenador que el que no respeta al contrario y no hay peores padres que aquellos que alientan goleadas de este tipo desde la grada.

viernes, 16 de enero de 2015

Maniáticos de las manías

Vivimos rodeados de manías y de maniáticos, entre los que me incluyo. Manías que socializas cuando ves que son compartidas. El otro día me crucé en la calle con un tipo que, mientras caminaba, utilizaba la llave del coche a modo de bastoncillo en una oreja (aparato auditivo, que diría el imitador del Tata Marbackground-color: white; line-height: 23.0399990081787px;">). Un exjugador de la Real tenía el mismo hábito. Cada vez que salía del vestuario de Zubieta para subirse a su coche, atendía a los periodistas (sí, entonces los medios podían hablar con el futbolista que quisieran sin los corsés que imponen ahora los clubes) y, mientras contestaba a las preguntas, se rascaba el interior de la oreja con la dichosa llave. Hay quien lleva esta costumbre a límites ya algo peligrosos porque, en lugar de una llave recurren a una horquilla de pelo e incluso una aguja de punto. Esto último no es que sea peligroso, es que tiene que doler. Luego están los que se arrascan la espalda frotándose con los marcos de las puertas, los que se empeñan en quitarte espinillas como si fueran pepitas de oro, los que conducen con la mano izquierda colgando de la ventanilla, los que escriben en el ordenador utilizando dos dedos (incluso uno solo) y los que son capaces de dar pedales en la bici estática al mismo tiempo que leen un libro o la prensa. Cracks.

jueves, 15 de enero de 2015

Catarí que te vi

Goran Stojanovic, Danuel Saric, Rafael da Costa Capote, Borja Vidal Fernández, Bertrand Roiné, Zarko Marcovic, Jovo Damjanovic y Jorge Luis Paván. ¿Serbios? ¿Bosnios? ¿Españoles? ¿Franceses? ¿Cubanos quizás Da Costa y Paván? Cataríes de toda la vida. Los ocho citados forman parte de la selección de Catar, el más artificial de los 24 equipos que disputan desde hoy el Mundial de balonmano que se celebra en el emirato árabe. Sabido es que los jeques no reparan en petrodólares cuando se ponen caprichosillos. ¿Que hay que comprar un Mundial de fútbol? Se compra. ¿Que hay que montar una selección para dar el callo en el Mundial de balonmano? Pues se compran porteros, extremos, centrales y laterales. ¿Que hay que comprar una hinchada porque la local es de chichinabo? Pues se contrata a la Furia Conquense, a la Marea Rojiblanca y a la Peña La Patata para que animen a grito pelao y vivan a cuerpo de hotel de cinco estrellas todo incluido. Visto el equipo que le han montado al aragonés Valero Rivera, se supone que, de cara al Mundial de fútbol de 2022 de Catar, echarán la casa por la ventana. Y quien dice echar la casa, dice nacionalizar a Messi como poco. Por dinero no será, que podridos están de pasta los jeques. Y si hay que besar el escudo, se besa. Todo por la patria.

viernes, 9 de enero de 2015

Muertes y muertos

cuanta más cercana es una barbarie, más nos horrorizamos. Es parte de la condición humana. Una matanza de doce personas en París, a 800 kilómetros de casa, a poco más de cinco horas en tren, nos hace removernos en nuestros sofás. Una masacre contra 300 kurdos en Siria pasa desapercibida para el común de los mortales. Si los yihadistas del Estado Islámico rebanan el cuello a un occidental, nos alarmamos, compadecemos a la víctima y a sus familiares, y la imagen da la vuelta al mundo. De Australia a Alaska. Si una explosión en un mercado (cuántas veces lo hemos escuchado en la radio) provoca 45 muertos, pongamos que en Faluya, pasamos página. A otra cosa, mariposa. Ni siquiera nos preguntamos quién ha sufrido tal barbarie. Sucede lejos de nuestras conciencias. En Siria, en Pakistán, en Irak, en Nigeria o en Afganistán. No vale lo mismo una vida en Londres que en Damasco. Ocurre que a veces ni siquiera sabemos quienes son las víctimas de tanto fanatismo. En el fondo, no nos interesa. Sucede a miles de kilómetros. Hay muertos de primera, de segunda y de quinta categoría. De estos, de los de quinta, hubo 17.958 víctimas mortales por atentados terroristas solo en 2013, según un informe del Instituto para la Economía y la Paz. Escalofriante.

viernes, 2 de enero de 2015

Colas

Con cierta frecuencia los teletipos sueltan perlas acerca de sesudos estudios que publican las universidades y que llegan a conclusiones tipo: Las parejas que ven pelis románticas no se divorcian, los hombres calvos son más poderosos o los zurdos tienen coeficientes intelectuales más altos. Aguardo con impaciencia a que algún investigador indague sobre un fenómeno que se registra por estas fechas. Por qué miles de personas guardan cola durante horas para conseguir el calendario municipal (gratuito) de turno. O, si abrimos el campo, por qué hay seres humanos con una afición innata a hacer cola sin rechistar. Exceptuando colas que nunca nos gustaría engrosar (léase el paro), diría que en algunas otras como las que se montan para conseguir entradas para un partido de fútbol o un concierto hay un punto friki que salta a la vista. Si hay una distinción para la ciudad con más colas, Madrid es seria candidata al título. Hay colas para entrar a los museos, sea el del Pardo o el Naval, hay colas para acceder a las atracciones infantiles, colas para ver un belén en el Palacio Real, para la lotería de Doña Manolita, para entrar a un local para tomar un chocolate con porras y hasta colas para comer un bocata de calamares. En las autopistas de pago, eso sí, no hay colas. Son un páramo de coches.