Vivimos rodeados de manías y de maniáticos, entre los que me incluyo. Manías que socializas cuando ves que son compartidas. El otro día me crucé en la calle con un tipo que, mientras caminaba, utilizaba la llave del coche a modo de bastoncillo en una oreja (aparato auditivo, que diría el imitador del Tata Marbackground-color: white; line-height: 23.0399990081787px;">). Un exjugador de la Real tenía el mismo hábito. Cada vez que salía del vestuario de Zubieta para subirse a su coche, atendía a los periodistas (sí, entonces los medios podían hablar con el futbolista que quisieran sin los corsés que imponen ahora los clubes) y, mientras contestaba a las preguntas, se rascaba el interior de la oreja con la dichosa llave. Hay quien lleva esta costumbre a límites ya algo peligrosos porque, en lugar de una llave recurren a una horquilla de pelo e incluso una aguja de punto. Esto último no es que sea peligroso, es que tiene que doler. Luego están los que se arrascan la espalda frotándose con los marcos de las puertas, los que se empeñan en quitarte espinillas como si fueran pepitas de oro, los que conducen con la mano izquierda colgando de la ventanilla, los que escriben en el ordenador utilizando dos dedos (incluso uno solo) y los que son capaces de dar pedales en la bici estática al mismo tiempo que leen un libro o la prensa. Cracks.
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