viernes, 9 de enero de 2015

Muertes y muertos

cuanta más cercana es una barbarie, más nos horrorizamos. Es parte de la condición humana. Una matanza de doce personas en París, a 800 kilómetros de casa, a poco más de cinco horas en tren, nos hace removernos en nuestros sofás. Una masacre contra 300 kurdos en Siria pasa desapercibida para el común de los mortales. Si los yihadistas del Estado Islámico rebanan el cuello a un occidental, nos alarmamos, compadecemos a la víctima y a sus familiares, y la imagen da la vuelta al mundo. De Australia a Alaska. Si una explosión en un mercado (cuántas veces lo hemos escuchado en la radio) provoca 45 muertos, pongamos que en Faluya, pasamos página. A otra cosa, mariposa. Ni siquiera nos preguntamos quién ha sufrido tal barbarie. Sucede lejos de nuestras conciencias. En Siria, en Pakistán, en Irak, en Nigeria o en Afganistán. No vale lo mismo una vida en Londres que en Damasco. Ocurre que a veces ni siquiera sabemos quienes son las víctimas de tanto fanatismo. En el fondo, no nos interesa. Sucede a miles de kilómetros. Hay muertos de primera, de segunda y de quinta categoría. De estos, de los de quinta, hubo 17.958 víctimas mortales por atentados terroristas solo en 2013, según un informe del Instituto para la Economía y la Paz. Escalofriante.

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