martes, 26 de febrero de 2008

Enfermeras

Miedica por naturaleza, uno valora sobremanera algunas profesiones que no ejercería ni por todo el oro de Moscú. La de enfermería, por ejemplo. Ya sea por el respeto que me infunden todo tipo de agujas (hasta las de punto) o por el temor que me provoca la sangre la propia y la ajena, el caso es que el trabajo que realizan las otrora mal llamadas practicantes me merece el mayor de los halagos. No siempre es reconocida su labor tendemos a ensalzar a los médicos y menos en los tiempos que corren por Osakidetza. Hace unos días escribió en este diario el economista Xabier Uruñuela que los usuarios de la sanidad pública "han ido considerando estos servicios como un derecho personal gratuito, lo cual degenera en ocasiones hacia comportamientos de exigencia, actitudes arrogantes y a veces impertinentes hacia el personal sanitario". O sea, que hay quien confunde un hospital con un hotel en el que, si seguimos con los paralelismos, enfermeras, celadoras y auxiliares no son más que personal de (a su) servicio. Y no. Un hospital no es un hotel, ni las enfermeras son botones. Más bien son profesionales por vocación, con turnos de noche de diez horas (en una fábrica a correturnos son de ocho horas), mayormente con contratos eventuales y con una carga de trabajo que han ido aumentando año tras año. Gentes capaces de mostrar la mejor de sus sonrisas al paciente con la salud más precaria. ¿Y por qué tanta parrafada para ensalzar a tanta enfermera? Pues nada, simplemente, para mandar un saludo al personal de la cuarta unidad del Hospital del Bidasoa.

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