es martes. Entro a un
comercio de una localidad de Iparralde. Adquiero un artículo y, como de
costumbre, me dispongo a pagarlo con la tarjeta de crédito. También como
es habitual, entrego al dependiente la tarjeta de crédito y el
documento de identidad. El dependiente mira el DNI con curiosidad y
comenta: "Ya sé que en San Sebastián es obligatorio presentarlo, pero
aquí no. Aquí solo lo pedimos cuando se paga con cheques (en Iparralde
el abono con cheques es aún muy común, aunque sea para pagar pequeñas
cantidades)". Vamos, que el tipo se fía. Siempre he tenido la impresión
de que vivimos en un país de desconfiados, un país en el que la
picaresca es una virtud y burlar las normas está hasta bien visto. Así
que construimos una coraza para hacer frente a los desaprensivos, que
los hay. Este será de los pocos países en los que detienes tu vehículo
en un paso de cebra para ceder el paso a un peatón, y el peatón se niega
a cruzar y te hace aspavientos con las manos para que primero pases tú.
Un país en el que te tildarán de gilipollas si tienes dos pisos y los
escrituras al precio que los compraste, y en el que adquieres un coche y
lo pones a nombre de la amona, que no tienen carné de conducir pero es
más barato. No nos fiamos, no. No estamos en Suiza, donde dejas una
maleta a la vista en un descapotable y sabes que cuando vuelvas seguirá
en el mismo sitio. Estamos en un país en el que si vas a un camping que
está ocupado al 90% por ciudadanos holandeses, debes preocuparte del 10%
restante. No nos fiamos ni de nosotros mismos.
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