Mikel Mindegia y José Mari Olasagasti se van a jugar 600.000 duros (osease, 18.000 euros de toda la vida) para ver quién de los dos corta 24 troncos en el menor tiempo posible. Y no se andan con chiquitas. Antes de empezar a afilar las hachas, cada uno ya ha puesto su montoncito de dinero encima de la mesa. 6.000 euros de nada en billetes de 500, de esos de los que no conoces ni el color. Ni avales bancarios, ni cheques. Dinero contante y sonante, en efectivo, que luego las palabras se las lleva el viento. Los dos aizkolaris añaden un nuevo capítulo a la eterna historia de las apuestas. Porque por estos pagos hacer una apuesta es tan común como irte de cena. Que ésa es otra. Te apuntas a la clase de aerobic, y a la semana ya está la lista para la primera cena; le ayudas al vecino a subir la leña, y ya tienes montada otra... Con las apuestas pasa ídem de ídem. No hay reto sin apuesta y viceversa. Te puedes jugar desde un par de cervezas a que la Real gana su primer partido en la undécima jornada, o un cubata a que Grecia logra la Eurocopa de fútbol (Peje, me las debes desde hace dos años). Pero ya se riza el rizo si te juegas 20 pollos de caserío a que subes en bici una cuesta con un desnivel del 20% antes que tu colega, que lo hace corriendo. Y hablando de correr. Felipe, hace ya tres años que perdiste la apuesta de que el Barakaldo-UPV descendería de la Liga Asobal de balonmano. Prometiste que si se salvaba que lo hizo, subirías corriendo a San Marcial. Y todavía te estamos esperando. Así que ponte las pilas, que está este país lleno de especialistas en lanzar apuestas y luego hacerse los suecos.
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