hACE unos días, un periódico español de los de mayor difusión publicó una extensa entrevista con Mariano Rajoy. En las cuatro páginas largas de preguntas y respuestas, los dos periodistas no le planteaban ni una sola cuestión relacionada con la corrupción ni con ETA. Tres cuartos de lo mismo se puede decir del cacareado debate entre Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba que ofrecieron algunas televisiones hace semana y media. Ni Pamplona. Líbreme Alá de juzgar cómo deben hacer su trabajo otros colegas de profesión. Aquí, como en todo, cada maestrillo tiene su librillo... y sus intereses. Pero llama la atención que en semejante peñazo de campaña electoral apenas se le haya hincado el diente al monotema y se pase de puntillas por las corruptelas políticas. ¿Pacto de silencio? Puede ser. Durante los últimos cuatro años hemos desayunado a diario con escándalos de corrupción a tutiplén, la mayoría protagonizados por cargos públicos del PP y PSOE, aunque en esta materia, con honrosas excepciones, es casi hasta justo generalizar. De norte a sur y de este a oeste, los casos se han multiplicado como los goles de un carrusel radiofónico. Que levante el dedo el partido que no se ha visto salpicado por algún escándalo de mordidas. Pero ahora tocaba hablar de crisis, que diría al otro. Entre la prima del exportero de la Real (hoy en Osasuna), y los mercados, nos tienen agarrados por los mismísimos. Le da a uno la impresión de que llega el fin del mundo. Feísima se está poniendo la cosa de la economía, feísima.
Está claro, ya el coco no es ETA, ahora es la crisis, la economia que nos han metido, perdón, que nos han malmetido. Unos y otros se culpan de la situación, pero que curioso que ambas partes (pactado o nó) se escuden con esta historia para ocultar todo lo que mangonean, perdón otra vez, que nos mangonean.
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