jueves, 10 de noviembre de 2016

Juanjo Garbizu: “Cuando vamos al monte, hay que dejar de lado la esclavitud del reloj”


Tras el éxito hace cuatro años de su primera incursión literaria, ‘Monterapia’, que va por la octava edición, Garbizu (Donostia, 1961) aborda en ‘Slow mountain’ (editorial Diëresis) cómo disfrutar del montañismo sin prisas y en armonía con la naturaleza.

 A lo largo de más de 200 páginas, el donostiarra, creativo publicitario de profesión, escritor en sus ratos libres y apasionado de la montaña (tiene un catálogo en Youtube con más de 250 grabaciones en montes de Euskal Herria, Pirineos, Alpes y otras cordilleras del planeta), desgrana cómo practicar esta afición con pausa, a la vieja usanza, con el bocadillo y la bota de vino en la mochila, y sin el ansia de coronar cinco cimas de un tirón en una mañana. Un modo slow de vivir el montañismo que corona con un manifiesto que incluye una veintena de recomendaciones.
¿Hemos llevado las prisas del día a día, el estrés laboral, a la montaña?
-Siempre ha habido gente que ha ido a correr a la montaña. Correr por el monte no es una novedad. Lo que pasa es que se ha convertido en una tendencia. Antes en Aralar veías a un tío corriendo y ahora han transformado Aralar y Aizkorri en una estación de trail. A mí, y a miles de mendizales, la montaña siempre nos había parecido un refugio después del ajetreo semanal en el trabajo. Es deporte y sudas, pero es mucho más, es una desconexión mental, un bálsamo. Vuelves renovado. Cargas las pilas, aunque suene a tópico. Yo, si un fin de semana no voy al monte, el lunes no lo arranco igual. Y, de repente, eso que era un paréntesis, se convierte en una competición: cronos, postureo digital... Antes ibas a Aralar, subías el Txindoki, luego el Gambo, almorzabas... Ahora vas a Aralar y te planteas hacer catorce cumbres y si te da tiempo enlazas con el Beriain, lo cuelgas en Facebook, lo retransmites...
¿Cómo nos podemos quitar las prisas en el monte?
-De entrada, hay que quitarse el reloj. Es el primer paso, y de una sencillez aplastante. Aparte del acto físico, ya es casi un manifiesto. Y luego hay que dejar fluir. Carpe diem, hay que vivir el momento, integrándote en la naturaleza, viviéndola. Hoy, sin embargo, está predominando el Altius, fortius, citius. Al monte hay que llevar una mochila con un bocadillo, un trozo de queso Idiazabal y una bota de vino. Nada de geles y barritas. Y luego vagabundear, como decía Julio Villar, sin prisas, con calma, pero también sin que te pille la noche.
Vagabundear es un término al que se refiere varias veces en el libro.
-Se trata de evitar los sitios que están súper saturados, por ejemplo. Mi filosofía es vagabundear, buscar los espacios que no son los más demandados. Abogo por las cimas secundarias. Frente a la tresmilitis que hay en el Pirineo, hay dosmiles preciosos y a veces más reconfortantes que el tresmil de turno. Pasear es otro verbo que se está olvidando. Ya no paseamos ni por La Concha.
Lo que cuenta de los ‘tresmiles’ pasa incluso con los ‘ochomiles’.
-Y en los Alpes con los cuatromiles. Slow no se refiere a ir despacio sino a llevar una progresión lógica. Tú antes empezabas a andar por nuestros montes, luego ibas a Pirineos, a tu primer tresmil, y luego a los Alpes. De ahí al Kilimanjaro, el Aconcagua y luego al Himalaya. Esa progresión ahora va muy rápido. Las nuevas generaciones no quieren hacer esos pasos y van directamente a los Alpes, o ves hasta cosas estúpidas como que alguno se calza sus primeros crampones en el Himalaya.
Dice en el libro: “No es lo mismo tener el reloj que tener el tiempo”.
-Es un proverbio árabe por el que ellos dicen que los occidentales tenemos el reloj pero ellos tienen el tiempo. Poesía pura. Nosotros lo medimos todo y lo fragmentamos todo en horas, minutos, resultados, cimas y éxitos. Pero hay que cambiar esa mentalidad. Cuando vamos a la montaña, a la naturaleza, hay que dejar de lado la esclavitud del reloj, del tiempo, y guiarse por los ciclos naturales, las estaciones... Los montañeros somos testigos de cómo se transforma el monte, lo vivimos más.
Las carreras de montaña serían la contraposición al ‘slow mountain’.
-Respeto muchísimo a la gente que corre por el monte. No quiero que haya malentendidos. Respeto a todo el mundo que va a la montaña. Solo me meto con el colectivo de cazadores. Me parece fantástica la gente que corre por el monte y entiendo que se pueda disfrutar, pero me empieza a escocer el fenómeno de los trails. Se está retroalimentando de una manera muy bestia. Antes, a alguien que corría un trail se le miraba como a un superman. Ahora hay que correr ultratrails, y dentro de ocho años será el recontratrail de 800.000 metros de desnivel y correr durante un mes seguido. Entiendo que en un pueblo pequeño del Pirineo monten un trail porque se llenan los alojamientos, los bares, los restaurantes. Pero hay una fiebre... Las marcas deportivas se han enganchado al fenómeno del trail, con zapatillas que cuestan un escándalo y tienen una suela como una loncha de jamón. Los fisioterapeutas están encantados, se frotan las manos. En la montaña siempre ha habido competición, pero ahora va a más. Para mí, y para miles de mendizales, la montaña es andar por el monte.
Andar y correr en el monte pueden tener algo en común. A veces practicando alguna de estas dos actividades se te ocurren las mejores ideas.
-Hay estudios científicos que dicen que cuando caminas en un espacio amplio, en un bosque, el hemisferio derecho de tu cerebro, que es el de la intuición y la creatividad, se desarrolla. Pero hay estudios que dicen que si corres, depende de a qué intensidad y nivel, se crea un efecto túnel y no te deja pensar. Hay montañeros que han corrido, pero han vuelto a la montaña clásica y otros que nunca han pisado la montaña, que no han salido del asfalto, y de repente han ido al monte como si fuera una nueva pista de atletismo.
“La excursión está en desuso”, dice en el libro.
-Es un término que no emplea nadie. De la misma manera que las bebidas isotónicas, las barritas y los geles empezaron a desplazar a la lata de sardinas de toda la vida, también lo ha hecho el término excursión. Es nostálgico.
También se están perdiendo las salidas de los clubes. ¿Solo va la gente mayor y los jóvenes se dedican a lo que en el libro denomina “tachar cimas”?
-Pero ha sido por la tecnología digital. Antes, cuando solo existían la brújula y el mapa, había mucha gente de todas las edades a la que le encantaba la montaña pero no tenía con quién ir y se inscribía en los clubes. Ahora existe el GPS y decimos: No me hace falta el club. Pero la barrera entre el uso y el abuso de la tecnología digital es muy fina. Ahora vemos a nuevas generaciones que acuden a la montaña con el GPS desde el segundo uno. Como los guían tan bien, ¿para qué van a ir a clubes de montaña? Ya tienen su guía particular.
En una orografía como la nuestra, supongo que tenemos mil itinerarios y excursiones para practicar el ‘slow mountain’.
-Somos unos privilegiados. En la sierra de Aralar, donde me inicié, hay excursiones impresionantes y los ayuntamientos se han tomado la molestia de balizar los itinerarios porque han visto que hay un turismo verde activo e interesante. En Euskal Herria se ha hecho una labor de balizamiento fabulosa.
¿Para practicar el ‘slow mountain’ hace falta tiempo?
-Sí, o dentro del que dispones, no plantear una meta muy ambiciosa. Cuando mis hijos eran pequeños, hacía mañaneras y no trataba de hacer cinco cimas la misma mañana. Te planteas hacer una cima asequible. Si tienes tiempo, fantástico, pero si no lo tienes, debes adecuar la ruta al tiempo del que dispongas.
¿El montañismo es una afición que va a más?
-Sí, cada vez hay más gente que acude a la montaña pero cada vez hay más rescates. Decathlon ha democratizado el material deportivo y Calleja (Jesús Calleja, montañero y presentador de televisión) ha enseñado la montaña como un medio lúdico y divertido. Pero no hay que olvidar que la montaña es un medio hostil. Acude al monte mucha gente sin la preparación y la información necesaria. Van sin consultar el parte meteorológico, lo cual es demencial. Va más gente a la montaña, pero ¿hay más montañeros? En teoría, sí.
Afirma también que las raquetas de nieve son una buena herramienta para el ‘montañismo slow’.
-Sí, porque la nieve te frena. Es una sensación como andar sobre algodón. Aunque tú no quieras, casi te convierte en un montañero slow.
Otro método ‘slow’ al que alude es el Concurso de los 100 montes de Euskal Herria de la Federación Vasca que se viene convocando desde tiempo inmemorial.
-Esa es una filosofía slow impresionante porque tienes que lograr las 100 cumbres en un mínimo de cinco años. Habrá quien diga que las consigue en un mes o en una semana, pero es que lo que propicia las 100 cumbres es la constancia y que te repartas por el territorio. Tiene cosas tan bonitas como el intercambio de tarjetas, que es la panacea. Pero las nuevas generaciones no tienen ni idea de que existe y preguntan: ¿Por qué hay un buzón en esta cumbre? Es la quintaesencia de la filosofía slow mountain y hay quien lo sigue haciendo. Yo, cuando abro un buzón, en el 98% de los casos está vacío. Es un mundo tan digital y de cimas y de récords, el hecho de que siga vigente el Concurso de las 100 Cimas es muy bonito.
“No mido las montañas por su altura sino por las satisfacciones que me producen”, escribe.
-La gente está muy obsesionada con la altura de los montes o los desniveles que se hacen. Qué más da. Todo es medición. A mí me vuelve loco el Irubelakaskoa y no llega a 1.000 metros de altura. Pero los 900 metros de desnivel que tiene son una maravilla. Tienes de todo. Mis recuerdos en la montaña son de momentos y de experiencias, no tanto de alturas. No voy a ir tampoco de místico porque uno de los momentos más intensos fue al coronar el Cervino, una montaña mítica. Me interesa la altura, pero hay demasiada obcecación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario