El término slow (despacio) se ha asociado en los últimos años a la cocina, la moda, las ciudades, el sexo, la música, el ciclismo, la televisión e incluso el trabajo. Una de las últimas acepciones ha llegado de la mano de Juanjo Garbizu en Slow mountain. Porque en la montaña el tiempo se detiene, un recomendable libro en el que narra cómo disfrutar del montañismo de manera relajada.
A grandes rasgos, el movimiento slow propone desacelerar nuestras vidas y saborear nuestra aficiones y lo cotidiano con calma y sin prisas. Visto así, puede resultar contradictorio ligar una corriente de este tipo con una actividad como correr, mal llamada ahora running, antes conocida como footing y al principio de los 80 como jooging.
Si entendemos correr como unir un punto con otro lo más rápido posible, el slow running sería lo opuesto. Consistiría en, por ejemplo, enlazar Behobia y Donostia sin prisa pero sin pausa, disfrutando de la carrera, del aplauso del público, sufriendo lo mínimo, sin dejarnos el higadillo en el camino y desplegando nuestra mejor sonrisa en la meta.
La slow Behobia es posible. La primera consideración a tener en cuenta es que todos los participantes, independientemente de la hora a la que tomen la salida, disponen de dos horas y 45 minutos para completar los 20 kilómetros. Un dato, el tiempo límite, que suele pasar desaparecibido. A un ritmo de 8 minutos y 15 segundos por cada kilómetro, se logra el objetivo, que no es otro que acabar, dentro del registro máximo que se fija en el reglamento. Solo hay que cumplir dos requisitos previos: traspasar la barrera de los diez kilómetros (Gaintxurizketa incluido) en una hora y media, y la de los 15 en dos horas y cinco segundos. Unos márgenes más que holgados si se acude a la carrera con la preparación adecuada.
Los participantes disponen de dos
horas y 45 minutos para completar el recorrido, un margen holgado si se
corre con la preparación adecuada
a medio camino A medio camino entre el corredor slow y el corredor corriente y moliente, que va mirando el reloj a cada paso por kilómetro y se desconsuela si no rebaja su mejor marca, estaría el participante que decide correr medio minuto más lento que en sus entrenamientos y descubre que se puede ir desde Behobia a Donostia sin tener que mirar permanentemente al suelo, con el gancho puesto.
El corredor slow, no confundir con el corredor lento, llega con mucho tiempo de antelación a la zona de salida para disfrutar del espectáculo que se monta en el largo kilómetro que hay entre el área comercial de Behobia y la línea de salida en el límite con el barrio de Artia de Irun. Imprescindible asistir a la salida de los atletas que compiten en sillas de ruedas, un momento que pone los pelos de punta y que se engrandece al son de Now we are free, de Lisa Gerrard, el tema más conocido Gladiator.
El corredor slow puede portar el dorsal de cualquier color, pero preferentemente llevará el blanco, los últimos de la fila, los últimos que dejan Behobia a su espalda.
Como vive la carrera de forma diferente, el corredor slow es amigo de, no solo tomar agua en todos y cada uno de los siete avituallamientos, sino de pararse, bromear y agradecer su trabajo a los cientos de voluntarios que hacen posible la carrera. El buen corredor slow, dado que disfruta más que sufre, se marca incluso un bailoteo en los catorce puntos de animación y jalea como se debe al Pirata y familia, imprescindibles en la bajada de Gaintxurizketa. Y hablando de familiares y amigos, el buen corredor slow saluda a toda la parentela que encuentra por el camino, situada estratégicamente en varios puntos.
El corredor slow disfruta incluso de las vistas de Jaizkibel y, sobre todo, disfruta de la recta final, aunque se encuentre semidespoblada después de varias horas pasando atletas y atletas. Y hablando de meta, el corredor slow se toma su tiempo para recoger la medalla, recuperarse con líquidos y sólidos, recibir un reconfortante masaje y dar buena cuenta de una comida en la mejor compañía. Porque otra carrera es posible, larga vida al corredor slow.
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