domingo, 27 de agosto de 2006

Zermatt

"La cama, ¿con dosel o con vistas al Cervino?". Antes de poner los dos pies en Zermatt, si el visitante se quiere dar el gustazo y el capricho, que los precios son astronómicos de alojarse en uno de los 116 hoteles y pensiones de esta localidad suiza debe responder a la pregunta que le plantea la recepcionista. A alguien acostumbrado a dormir en la cama más común del mundo, lo del dosel le suena a aposentos de reinas y príncipes. Lo del Cervino resulta más comprensible. Todo Zermatt pivota en torno al Cervino, el Txindoki suizo, el monte que cualquier niño dibujaría: dos trazos y una punta. Desde sus afilados e imponentes 4.478 metros, el Matterhorn (en su versión alemana) ejerce de vigía de un valle que es una delicia para la vista. Zermatt es el paraíso para los amantes del montañismo y el esquí, y para quienes disfrutan de la naturaleza en su estado más puro. Pese a que el pueblo, de apenas 5.500 habitantes, se encuentre atestado de restaurantes, comercios y hoteles la mitad de los edificios se destina a alojamientos, la estancia, que no visita, resulta más que recomendable. Zermatt llama la atención incluso antes de llegar. Primero, porque sólo se puede acceder en tren el paso de vehículos a motor está prohibido desde la estación de ferrocarril del vecino municipio de Täsch. Una vez en sus calles, sólo circulan coches y autobuses eléctricos y, metidos en invierno, se suman los trineos. Si llega a la estación de tren y se aloja en un hotel, lo primero que debe hacer es presionar el botón del establecimiento que aparece en un gran panel. A los pocos minutos, personal del hotel le transportará en un vehículo eléctrico a su habitación... con dosel o con vistas al Cervino. Una vez instalado, Zermatt ofrece un abanico impresionante de actividades, siempre bajo la mirada del Cervino, que se ve desde todas las esquinas. La ascensión al Horn, como es conocido entre los lugareños, está reservada a alpinistas con experiencia en la alta montaña. El turista corriente y moliente dispone de una amplísima oferta para disfrutar y oxigenar sus pulmones. La subida en tren de cremallera al Gornergrat permite comprobar que los suizos son capaces de llevarte en ferrocarril hasta el fin del mundo y, una vez arriba, te coloca frente al monte Rosa y una alucinante sucesión de montañas que superan los 4.000 metros. Si va bien de piernas, no está de más bajar del vagón en una de las cinco estaciones intermedias y descender hasta Zermatt a pie. Se hinchará de fotografiar al fotogénico Cervino. Más impresionante resulta aún el mirador del Pequeño Cervino, el más alto de Europa (3.883 metros), donde es posible esquiar en pleno julio, tomarse un vino en un bar-restaurante de hielo y observar al mismo tiempo Suiza, Italia y Francia concentradas en el corazón de los Alpes. Como a muchos rincones de este valle, se accede previo desembolso de un buen montón de francos suizos a través de uno de los innumerables teleféricos que sobrevuelan un paisaje plagado de senderos, lagos, bosques y mil pequeños bocados de naturaleza.

* Texto publicado en la contraportada de NOTICIAS DE GIPUZKOA

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