miércoles, 13 de septiembre de 2006

Clavadas

Dice la Real Academia en su diccionario de consultas que clavada, del participio clavar, es "guarnecido o armado con clavos". En una versión libre, clavada es la factura que te deja tieso como un palo cuando te la entrega el camarero de turno después de realizar la consumición de turno. Y por estos lares, la clavada está de temporada alta todo el año. Ejemplos hay a miles. Te acercas a un compañero de la Redacción, le pides que te cuente si ha vivido este verano alguna situación en la que se le ha quedado cara de gilipollas porque le han cobrado cuatro euros por dos botellas de agua de las pequeñitas, y te suelta un rosario de timos. Las clavadas normalmente se concentran en tres lugares de ocio: bares, restaurantes y barracas de feria. Abonas un par de euros para que la chavalería brinque en las colchonetas elásticas y, para cuando te has dado la vuelta, el feriante ya ha hecho sonar el silbato y se ha acabado la función. Y qué decir de algunos hosteleros. Cuenta una compañera que hace unos días acudió a una terraza de Donostia con familiares que viven del Ebro para abajo, que diría Arzalluz. Tomaron cuatro cafelitos y los pagaron a precio de angulas. "Por el precio de los cafés, en mi pueblo comíamos un par de menús", dijo uno de los invitados. Y ésa es otra. Del Ebro para abajo pides un par de cañitas y, al menos, te sacan un poco de choricito o unas cortezas de cerdo (curioso aperitivo) para picar. Por estas tierras (y perdón por generalizar), te tienes que conformar con que el hostelero, si es amiguete, te invite a una cerveza después de que hayas tomado cinco y se esté acercando a tu cabeza el temible barquito.

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