El compañero Juan, que a diario nos deleita en estas páginas con sus Cuentos de cine, se ha metido ya entre pecho y espalda más de una docena de películas en el Zinemaldia. Amigo, has visto más pelis en seis días que quien suscribe en cinco años. La industria del celuloide lo tendría crudo con espectadores como un servidor. En estos últimos años he pisado tan poco las salas que no me cuesta recordar mis últimas películas. Hace cosa de un año vi Bambi 2, entrañable filme, eso sí, con pocos diálogos y con una banda sonora que te pone de los nervios. La primera parte ya la tenía vista por vídeo y varias veces, por cierto. Ya se sabe, los críos son capaces de ver mil veces la misma historia. Conozco a alguna criatura que recita de memoria hasta los diálogos de los protagonistas. Tampoco tengo que gastar muchas neuronas para recordar los dos anteriores filmes. Pertenecían a una famosa trilogía que se proyectó de año en año y que al final ganó un porrón de Oscars. Vi dos de las tres películas, la última en unos cines que ya están cerrados. Bonito plan éste de ir al cine... si no tuvieras que colocar a los más pequeños con la parentela. Porque ir al cine (a la sesión de noche) supone montar toda una infraestructura. Que si a la pequeña ocho de leche en polvo y dos de cereales; que si a la otra dale el peluche que si no, no duerme; que si llora, pues me llamas... Un rollo. Que nos complicamos la vida de manera innecesaria. Que digo yo que nuestros padres, que tenían hijos de cuatro en cuatro, seguro que iban al cine sin necesidad de montar semejante parafernalia. Así que, nada, que toda la vida es cine, y más cine, por favor.
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