Pongámonos en situación. Son las seis de la mañana. Ahí fuera, en el mundo exterior, hace un frío que pela y todo está blanco. O sea, ha nevado. En el mundo interior, tumbado en la cama, todo es negro. Vamos, que se ha ido la luz. La luz se va y viene como si fuera un que baja a por tabaco al bar. Supongo que es normal que cuando nieva se vaya la luz. Como cuando cae un relámpago y se van todas las cadenas la televisión menos las francesas, que deben estar hechas de otra pasta. Así que aquí estamos, con nieve pero sin luz. Miras a un lado y ves lo que Clavijo. Nada. Caminas a tientas en busca de la única linterna que tienes en casa y, sorpresa, la pila está gastada. “¡Ah, velas!”, piensas. Tienes velas pero no hay cerillas. Te acuerdas de que en el garaje hay frontal que te encontraste cuando bajabas del Aneto, poquito después de que perdieras el piolet de tu cuñao. Otra vez, sorpresa. No puedes entrar al garaje porque la puerta es mecánica. Y le empiezas a dar vueltas al asunto mientras confías en que los de Iberdrola estén juntando cables.Ypiensas: “Si no hay luz, no hay ni calefacción ni agua caliente porque el termostato es eléctrico. No hay desayuno caliente –ni biberón– porque la vitrocerámica es muy limpia pero no da lumbre.Y tampoco puedes sacar el coche para ir a trabajar”. Te planteas ir con un termo de leche fría a casa de tu madre, que tiene una cocina las de toda la vida –no es cosa de quedarte sin desayunar–, o en empezar a frotar un par de piedras para hacer una llamita. Y en esas estás cuando vuelve la luz. Y vuelves pensar.Y te acuerdas de un tal Thomas Alva Edison, qué gran tipo, que invento más cojonudo éste de la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario