El deporte guipuzcoano vive una paradoja de género. Los chicos vandando tumbos y las chicas rebosan éxitos. Ya se sabe que todas las generalizaciones son peligrosas porque tienen sus excepciones, pero hay muestras de sobra para demostrar que, mientras ellos viven un momento de depresión, ellas son la alegría de la huerta. El reciente éxito del Bera Bera en la Copa no hace sino confirmar la línea ascendente que sigue el deporte femenino. El Hondarribia-Irun lleva ya varios años codeándose con lomejorcito del baloncesto y tarde o temprano caerá un premio más que merecido. Otro tanto sucede con la Real de hockey hierba, que da guerra desde los años 30. La sección de fútbol de la Real, digna heredera del Añorga y el Oiartzun, trata de mantenerse en la Superliga y, en el fútbol a pequeña escala, el Hegoalde está en la planta noble. La trayectoria de los equipos tienen suparangón en los deportes individuales. La lista es larga y los logros interminables. Suenan, y mucho, Edurne Pasaban, Josune Bereziartu y Naroa Agirre, pero detrás de estos tres robles hay un bosque repleto de éxitos: la jugadora de voleibol Esther López, la piloto (¿se dice así?) Ángela Vilariño, la atletas Isabel Eizmendi e Iratxe Aranburu, la ciclista reciclada del atletismo Leire Olaberria, sus compañeras Ana Pagola y Arantzazu Azpiroz, la golfista Tania Elosegi, la escaladora Leire Agirre, la judoka Ohiana Blanco, las piragüistas Tania Loisy Maialen Chorraut, la jugadora de sóftbol Rebeka Carrera, la nadadora Sara Carracelas y una larga relación en la que, seguro, me olvido más de un nombre.
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