Sucedió hace unos días en un campo de fútbol de Irun. Dos equipos de chavales de entre 10 y 12 años disputaban un partido en uno de tantos torneos que se celebran en Gipuzkoa. El equipo A debía ganar por ocho goles de diferencia al equipo B para seguir aspirando al trofeo de campeón. El equipo A, insaciable, machacó al equipo B, todo ilusión, hasta endosarle un 17-0 en los poco más de 30 minutos que duró el partido. La escena se repitió una y otra vez. Los jugadores del equipo B sacaban de centro, perdían el balón y recibían un gol tras otro. Espoleados por su entrenador, a los jugadores del equipo A no les bastó con los ocho goles. El caso era arrasar al contrario, como bien se encargó de recordar el técnico a un hombre que presenciaba el partido. Supongo que casos como el descrito se registran todos los fines de semana, ya sea en un campo de fútbol o en un torneo playero. Flaco favor hacen al deporte quienes se dedican a quitar la ilusión a unos chavales de 10 años. Tiran por la borda las ganas de jugar a fútbol de los perdedores y crean en los ganadores unas expectativas que luego casi nunca se cumplen. Afortunadamente, hay entrenadores que aplican otro tipo de tácticas a la hora de enfrentarse a un rival débil. Hace unos años tuve un entrenador que practicaba una loable filosofía. Si de antemano sabía que su equipo era infinitamente superior a su adversario, alineaba a sus peores jugadores e incluso no dudaba en jugar con uno menos que el contrario. Los perdedores disfrutaban hasta en la derrota. Vaya desde aquí una parada solidaria con el portero del 17-0. |
miércoles, 9 de mayo de 2007
Ganar por 17-0
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