Hace unos días me encontré con una amiga que trabaja como enfermera y, tras poner a parir (ella) a Osakidetza durante unos minutos y por aquello de desengrasar la conversación (yo), le planteé la típica pregunta intrascendente que luego te da para hablar media hora e irte por los Cerros de Úbeda. “Oye, en estos tiempos que corren, ¿por qué en los hospitales los hombres comparten habitación con los hombres, y las mujeres con las mujeres? ¿Por qué las chicos con los chicos y las chicas con las chicas?”, como decía aquella canción. Como ven, preguntas profundas donde las haya. Supongo que un poco aturdida, la pobre chica me contestó que los hombres no comparten cama y urinarios con las mujeres por preservar la intimidad de cada uno. Vamos, que ni en Osakidetza ni en ningún hospitalse cruzan los géneros, salvo en casos excepcionales. Pongamos que una pareja se encuentra de vacaciones y ambos agarran una gastroenteritis de aquí te espero. En casos como el descrito, es común que los responsables de los hospitales permitan a los tortolitos –o no tan tortolitos– compartir habitación. En otros centros sanitarios regidos por el sacrosanto Opus Dei son aún más estrictos. Cuentan las malas lenguas que a las enfermeras no se les permite colocar –¿se dice colocar?– las sondas urinarias a los pacientes del géneromasculino. Que ya son ganas de complicarse la vida. Y digo yo. ¿No es hora de cruzar los géneros en los hospitales? Seguro que de una pierna fracturada de una chica y de una herniadiscal de un chico surgiría la chispita del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario