Los sindicatos de Policía (Nacional, se entiende) han tirado estas últimas semanas la casa por la ventana para ganar las elecciones sindicales. Para no aburrir con las siglas, sólo diré, según señalaba el martes El Mundo, que un sindicato regalaba a sus afiliados un reproductor MP4, otro ofrecía un reloj valorado en 180 euros y un tercero superaba todo lo anterior y obsequiaba a sus íntimos con un televisor. Lógicamente, ninguno aseguraba que fuera para captar votantes sino para que sus respectivos afiliados acudiesen a votar (se ve que los polis se hacen los remolones cuando toca acudir a las urnas). Hace unos 15 años fui testigo presencial de un caso de soborno electoral. Un amigo, que ejercía de interventor, aprovechó un descanso para acercarse al bar en el que acostumbrábamos a vaguear jugando al mus. Entró e hizo la típica pregunta que se hace un día de elecciones: “Que, ¿ya habéis votado?”. Todo el mundo había votado, salvo uno de los presentados, que vendió a mi amigo el interventor su papeleta por una Heineken. Nótese que entonces la Heineken no era tan popular como ahora. De hecho, conozco a otro amigo que durante la Expo de Sevilla se pasó dos días buscando la barra de Heineken en el pabellón de Alemania. Al tiempo cayó en la cuenta de que era una marca holandesa. Yo no me vendo por una cervecita pero, amigo candidato, si usted me ofrece un pisito con vistas al mar, podemos empezar a hablar.Y si es en la costa guipuzcoana, y más en concreto en Hondarribia, igual hasta me afilio a su partido. Todo sea por la ideología.
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