La vida es una caja de sorpresas. Vas en tu coche pensando en tus cosas mientras ahí fuera cae una tormenta de espanto. De repente, en una carretera de dos carriles en cada sentido, te topas con un sujeto empapado de agua, a pecho descubierto, descalzo y vestido únicamente con unos pantalones. El sujeto está en el centro de la carretera, moviendo los brazos para que te detengas. Paras y, sin bajarte del coche, el sujeto se abalanza sobre la parte delantera del vehículo como un poseso. Una, dos, tres, cuatro veces. Sigue tronando, pasan a tu lado más coches, pero el sujeto se ha encaprichado con el tuyo, que no es precisamente un Ferrari. El acojono dentro del coche recuerda que vas solo aumenta, al tiempo que la agresividad del sujeto te empieza a dar miedo. Gritas varios improperios que no escucha ni Dios porque fuera caen chuzos de punta y ves cómo el sujeto te pide un cigarrito como si te pidiera que le sacaras todo el dinero del cajero. Aceleras y el sujeto se mete un tortazo de muy señor mío. Y empiezas a pensar que has matao al sujeto y que vas a pasar una temporadita con Otegi. Así que vuelves al lugar del crimen. Ves a la Ertzaintza y a dos sanitarios que hablan es un decir con el sujeto para tratar de calmarle en mitad de la tormenta. Aparecen dos amigos del sujeto, que por lo visto se ha pegao unos tajos en el cuello. Comentas a la autoridad competente que has dado un acelerón y que igual has lesionado al sujeto, y te contestan que aquí paz y después gloria. Se marcha del lugar el sujeto, se van sus amigos, la autoridad y los sanitarios. Y te vas tú pensando que lo de la chica de la curva de Sunbilla es pecata minuta comparado con lo del sujeto.
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