lunes, 3 de septiembre de 2007

Clávame ese mosto

Domingo 19 de agosto. Mediodía. Sigue la pertinaz lluvia (un inciso para los que se incorporan tras las vacaciones. Del domingo 19 al sábado 25 no paró de jarrear). Para escapar del aguacero, una familia busca refugio en una terraza de aspecto normalito, con mesas de plástico y sin vistas. Pide permiso al camarero para tomar asiento en una de las mesas (la mayoría están reservadas para supuestos comensales) y el antipático tipo, con cara de perdonavidas, no mueve ni media ceja. "Cuatro mostos y una cerveza con limón", solicita la cabeza de familia. El menda trae cuatro mostos en vaso de tubo, con hielo y sin aceituna, y la dichosa lejía que se ha empeñado en tomar el yerno de la cabeza de familia. Llega la hora de la cuenta: 12,50 euros. A 2,50 cada consumición. Los timados no saben si levantar los brazos y empezar a gritar "Manos arriba, esto es un atraco"; dejarle al camarero una propina de 50 euros o armar el taco. Se van sin decir ni pío. Al cabo de unos días, uno de ellos telefonea a un amigo que ha servido cientos de mostos en su bar. "Yo pago a mi proveedor unos 60 céntimos por cada botella de litro de mosto". A los timados les han cobrado 2,5 euros por 25 centilitros. Bonito negocio. No diré el nombre del bar. Sólo reseñaré que se encuentra en un municipio costero de Gipuzkoa cuya trainera fue ayer tercera en La Concha, sólo diré que está ubicado en una calle con el nombre del santo que se festeja el 25 de julio, y sólo añadiré que se llama igual que el Estado que gobierna Arnold Schwarzenegger. Moraleja: cuánto daño hacen algunos hosteleros al sector.


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