Orio tiene fieles repartidos por todo el mundo mundial desde antes que Batista Oliden remara en sus tostas. Así que supongo que no es nada extraño acudir el domingo pasado a un funeral en Zubieta (Navarra) y ver con mis propios ojos, que diría el otro a uno de los feligreses vestido con la camiseta amarilla, publicidad oficial incluida. Los que somos de tierra adentro, o de montaña, que es lo mismo, no sabemos con quién ir en esto del remo. Mi amigo Iñaki, taxista para más señas, también es de tierra adentro, lo que no es incompatible para tener un buen puñado de amigas de costa a costa, desde Hondarribia a Muskiz. Es capaz de brindar hoy con el triunfo de Orio y mañana con el de Onddarbi. En más de una ocasión ha acudido a la segunda jornada de la Bandera de La Concha y luego, por aquello de seguir la juerga, al pueblo de la trainera ganadora. Llega incluso a conocer el nombre y primer apellido de algún arraunlari, que ya tiene su mérito, porque el remo es tan sacrificado como poco conocidos sus protagonistas. Héroes para su pueblo y anónimos para el común de los mortales. Y eso a pesar de que en los últimos años se vive una semiprofesionalización, con un ir y venir de remeros de un equipo a otro. Ya no abundan las polémicas (La Concha es un caso aparte porque siempre salta la chispa con algún asunto) y los clubes venden mejor un producto que siempre ha tenido tirón, pero que ahora vive días de vino y rosas. Sobre todo Orio, que lleva dos días de resacón.
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