Cuentan que en una fábrica del norte de Navarra con una gran tradición industrial todo pichichi tiene un mote. Desde el chaval de prácticas hasta el consejero delegado. Y que los malignos trabajadores tardan un suspiro en poner apodo a compañeros y jefes. Según entra un novato en la fábrica, ya tiene sobre su espalda el alias de turno. Algunos motes son de sobra conocidos, y otros (generalmente se reservan para los jefes) se guardan en la intimidad del vestuario y las taquillas. El mundo está plagado de motes, hasta tal punto de que hay personas a las que llamamos por su alias pero de las que desconocemos su nombre y apellido. En el instituto y en la universidad siempre hay alguien al que le da por llamar a un colega por el nombre de su pueblo. Así que he tenido compañeros que se llamaban Arizkun, Bera, Bermeo. Lo de la cuadrilla de cada cual es otro universo. Conozco una en la que la relación de motes es infinita: está Pingus (ni él mismo sabe por qué le llaman así), Sherpa (un día llevó a la cuadrilla al monte y se perdieron todos), Tanke (le gusta la cerveza), Butanero (y no ejerce como tal), Oscar Animal, Pombi, Guindis (de guindilla, porque no para quieto ni un minuto) Miguel El Loco, Corrocón, Txapel, Marcelo (en honor a su padre), Popis (por el personaje de El Jueves), Cvjeticanin (por el mítico escolta del Estudiantes), Indio (sobran los comentarios, solo hay que ver su físico) un largo etcétera. Hasta uno mismo tiene su mote, aunque eso también se guarda para la intimidad de la redacción.
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