EL otro día vi en la cadena Cuatro un reportaje sobre Victoria Beckham. Primera conclusión: esta tía es la mujer más tonta del planeta, y mira que es grande el planeta. Segunda: se pueden ganar millones y millones de euros sin pegar un palo al agua. Tercera: si esta tipa arrastra todos los días a una legión de fotógrafos que luego venden sus imágenes a las revistas que, a su vez, las compra el común de los mortales, es que el ser humano ha llegado a unas cotas de estupidez inimaginables. Por abreviar, y para no aburrir, el reportaje llevaba por título Victoria Beckham: de La Moraleja a Sunset Boulevard y versaba sobre la llegada de la madre de todas las pijas a Los Ángeles. El documental, todo hay que decirlo, de una factura impecable, estaba plagado de escenas entre absurdas e hilarantes y frases antológicas. "¿Quiere que se la dedique? ¡Ah, no!, es una firma de verdad", dice la Beckham cuando un funcionario le pide una rúbrica en su recién estrenado carnet de conducir. "No sé nada de béisbol. Sólo que llevan [los jugadores] los pantalones ajustados". "Pensé que se me iba a salir la silicona por el sobaco" (tras hacer el saque de honor en un partido de béisbol). Entre bobada y bobada, se comprueba que esta mujer vive pegada a unos tacones y unas gafas de sol (no tengo nada en contra de las mujeres que usan tacones y gafas de sol), y siempre va acompañada por su peluquero y su maquilladora. Nada más llegar a Los Ángeles contrata a una asistente personal que, lógicamente, no tiene que destacar por su belleza, digo yo que para que no se líe a su chico que, me cuentan, le he puesto los tubos a esta chica alguna que otra vez.
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