No hay como charlar con compañeros y amigos en una terracita con el solecito en el cogote para darte cuenta de que a menudo, casi a diario, eres adicto a hábitos que pueden parecer inútiles. Y no sólo tú. Quienes te rodean practican los mismos hábitos, aunque tú no lo sepas. Por ejemplo. Tengo un amigo que todos los días mira la cartelera de cine que publican los periódicos, aunque hace cinco años que no ve una película en una sala con palomitas y todo eso. Es tal la logística que tiene que organizar para ir al cine con su mariachi, que prefiere quedarse en casa. Otro amigo hace lo propio con la parrilla de televisión. Todos los días mira la programación que hay por la noche, aunque luego no ve nada, ni medio Teleberri, porque se mete en el sobre sin encender el aparato. Otro que tal baila es éste que se para a mirar todos los escaparates de las librerías para ver las últimas novedades literarias, cuando lo último que adornó su mesilla fueron los fascículos del Libro Gordo de Petete. Y qué decir del amiguete que repasa hasta la última oferta en las cristaleras de las agencias de viajes. Mira una, dos y cien veces ese viaje soñado a las Maldivas, cuando a lo más que llega es a estirar su sueldillo para ir un fin de semana a Cabárceno. El colmo de la inutilidad es pararte frente a una oficina de una inmobiliaria para ver los precios de los pisos. Haces un poco de cuentas y te salen muchos ceros. Y el colmo de los colmos es irte de vacaciones y mirar las ofertas de pisos en las inmobiliarias. Hay gente que lo hace. Algunos hasta acaban comprando. Eso sí que es un hábito útil.
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