Hay una etapa de tu vida en la que no perdonas un sábado sin salir de farra. Te conoces hasta el nombre del patrón de las fiestas de un barrio, cuando llega el verano haces un planning y de tanto desfase acabas un día de gaupasa en Arraioz. Acabada esta etapa, llega otra en la que descubres que los domingos por la mañana existen y no son una invención de tus padres, y ya puestos empiezas a praticar ejercicio, mayormente ir al monte, que es el deporte nacional. Cuando ya has madurado un poquito, de repente te encuentras con un aluvión de bodas de tus amigotes y de tu parentela, que siempre está ahí aunque no la tengas en cuenta. Todo Dios se casa, casi siempre el mismo año, así que no te queda otra que trabajar para pagar tanto bodorrio. Hay años en los que tienes que acudir a tantas que llegas a repetir restaurante. Ahora estás en el momento embarazo. O sea, estás rodeado de amigos, hermanos y primos que están en los que los cursis llaman estado de buena esperanza. Bueno, estar, lo que se dice estar embarazadas, están ellas, aunque todo se andará y llegará el día en el que los hombres podamos parir. Tengo un amigo que ya pierde la cuenta de los churumbeles que esperan sus amigos. Ha confeccionado una agenda y va a apuntando el nombre de la pareja que espera la criatura y la fecha aproximada en la que nacerá. Así no se enterará del nacimiento por el periódico, que queda un poco frío. Como en la radio, cuando los oyentes piden saludar, el amigo me dice que felicite por adelantado a ellas: Laura, Laura, Araceli y Erika. Pues nada, zorionak a todas.
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