Hace un par de meses no le conocía ni Cristo. Hoy todos tenemos un primo que tiene un amigo que, a su vez, tiene un cuñado que ya le conocía. Hombre, claro. Ya saben, ése que siempre te contesta: "Yo ya lo sabía (conocía)". Hablamos de Iñaki Badiola, el tipo más nombrado por segundo en los corrillos futbolísticos y no tan futbolísticos de las últimas semanas. Yo, qué quieren que les diga, no había oído hablar de este hombre en mi vida. Ancha es Donostia y ancha es Gipuzkoa. Ni siquiera me lo había cruzado corriendo por La Concha, porque no soy de los que se levanta a las cinco de la mañana para calzarse las zapatillas y recorrer 16 kilómetros con la fresca. Así que le conozco por lo que ha dicho y ha prometido en público durante su gira por varias localidades del territorio. No me fío del primo que tiene un amigo que, a su vez, tiene un cuñado que dice que Badiola es un lince en los negocios y un triunfador en la vida. Y tampoco me fío del primo que tiene un amigo que, a su vez, tiene un amigo que dice que Badiola es un farsante y que sus empresas son un fracaso. Como todo en la vida, en el término medio está la virtud. A Badiola, como a todo gestor, le conoceremos por sus acciones y sus hechos. De momento ha lanzado alguna que otra frase lapidaria ("Si la Real sigue en Segunda en ocho meses desaparece porque las cuentas no lo aguantan") y ha incorporado a uno de los cinco fichajes que prometió en la campaña electoral. Su problema es que más de uno y más de dos están aguardando su primer tropezón.
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