Qué travieso es el teclado de este ordenador. He empezado a titular esta Mesa de redacción y, en lugar de poner Papa, me ha salido PP. Manazas que es uno, porque yo vengo aquí a hablar de la última del PP, digo del papa Benedicto XVI. Mi ignorancia supina (que no está reñida con el respeto) hacia un montonazo de liturgias y símbolos de la Iglesia católica provoca que hasta el pasado domingo no supiera el significado que tiene el gesto que el tal Joseph Alois Ratzinger realizó en la Capilla Sixtina con motivo de la Fiesta del Bautismo de Jesús. Lo de la ignorancia lo atribuyo a que en el instituto no había manera de llegar a las lecciones de Historia Contemporánea. Empezabas con el Big Bang, te enrollabas con la Prehistoria, la Edad de Bronce y tal, y llegabas como mucho al Renacimiento. Así que nadie nos explicó en clase lo de los concilios del Vaticano. El caso es que Ratzinger ofició el domingo la misa de espaldas a los fieles, algo que no hacía un Papa desde los años 60. Ahí es nada. Reconozco que me pierdo en los recovecos de la jerarquía eclesiástica. Cuando murió Juan Pablo II echaba de menos un manual que me explicara la serie de acontecimientos que se iban sucediendo en la Santa Sede. Lo de la fumata blanca lo sabes desde chico, pero aquello del camarlengo me tiene todavía traspuesto. No había oído en mi vida que, una vez certificada la muerte del Papa, alguien se encargaba de confirmarla oficialmente golpeando tres veces su frente con un martillo de plata y llamándole por su nombre de pila en latín. Ya se sabe. Nunca te acostarás...
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