Hace ya más de quince años la Unión Europa decretó la libre circulación de personas, servicios, mercancías y capitales (esto último es un decir porque todavía hay quien hace contrabando de oro y cartuchos). Se produjo lo que de manera común se ha denominado "eliminación de las barreras" de la antigua Comunidad Económica Europea. Desaparecida la frontera física (las aduanas son ahora solares y en algún caso un local de ensayo para grupos de música), a veces da la sensación de que todavía perdura una muga mental. Que cuando atravesamos los puentes de Biriatu y Behobia, o los altos de Lizuniaga y Larrau, no digo que entremos en otro territorio, pero sí en otra dimensión. Y no hablo de política. Es más lo que nos une que lo que nos separa de los vecinos del otro lado del Bidasoa, pero en los usos y costumbres anidan las diferencias, las mismas que puede haber también entre un vecino de Hondarribia y otro de Zalla, o entre un oriundo de Maule y otro de Villanueva de Valdegovía. En los asuntos más nimios de la vida cotidiana se aprecian las diferencias. Aquí se monta un pollo mediático si en la Casa Consistorial ondea sólo la ikurriña, y en Iparralde es lo más normal del mundo; aquí se habla a gritos en un restaurante y al otro lado de la muga se hace el silencio; aquí la sidra se sirve previo txotx y allí se la toman en jarra (¡sacrilegio!), aquí usamos la bocina del coche para soltar nuestros demonios y allí no saben que hay un cartel que indica el cambio de sentido. En definitiva, que aquí vamos en chándal a todos sitios y en la rue Gambetta no ves nunca a un oriundo de Donibane Lohizune con un Adidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario