viernes, 4 de abril de 2008

Cuevas y cuevas

Desde nuestra más tierna infancia se nos educa en la cultura de la visita a las cuevas. Digo yo que será por conocer los orígenes, usos y costumbres de nuestros antepasados. Y porque es una manera de poner en práctica la teoría que nos explicaban en clase. En la antigua EGB no había excursión de fin de curso sin visita a una cueva. Así que llegas a una edad en la que tú te conviertes en guía de tus infantes. Sobre todo si llegan las vacaciones, mayormente las de Semana Santa, llueve a cántaros y no tienes donde caer muerto con toda tu tropa. Así que sumergirte en una gruta es todo un planazo. Como profano en la materia, entiendo que hay cuevas y cuevas. O sea. Hay cuevas imposibles de visitar (Ekain) porque se privilegia su lógica conservación, y otras sobrexplotadas hasta la saciedad. Me pararé en estas últimas y, más en concreto, en las de Betharram, al ladito de Lourdes. No posee pinturas rupestres sino formaciones producto de la erosión, y se recorre (por este orden) a pie, en un barco-dragón y en un tren txu txu. Un guía calado con una txapela tipo Marianico El Corto te describe todo amable las características de la cueva, te explica que la erosión, las estalagmitas y las estalactitas dibujan todo tipo de figuras (perros, las caderas de una mujer, una marmota, arañas, un cocodrilo, Santa Claus y si me apuran hasta Cachuli con sus mariachis) y repite una y otra vez: "Formación calcárea natural" (pronúnciase con la rrrrr francesa). Lo dice tantas veces que la cueva llega a perder su encanto.

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