Me llaman de casa y me preguntan si sé qué marcas de aceite de girasol están contaminadas. Es lo que tiene ser periodista. Todo el mundo te hace preguntas sobre todo lo que se menea por ahí, porque se supone que sabes de todito, todo. Te preguntan desde qué sabes sobre la última ocurrencia de Iñaki Badiola (hombre recurrente en todas las conversaciones) hasta si conoces la composición del Consejo General del Poder Judicial, eso de lo que tanto se escribe y tan poco importa al común de los mortales. Si por alguna razón pones cara de póker y no sabes responder a la cuestión, te sueltan eso de: "Jodé, ¿y tú eres periodista?". El abogado sabe de Derecho; el albañil, de encofrados; el electricista, de enchufes; y el cocinero, de materia prima. El periodista es un sabelotodo. Así que yo debería saber qué marcas de aceite de girasol están contaminadas con hidrocarburos alifáticos. Pues va a ser que no. No sé qué marcas están contaminadas porque el ministro de Sanidad, Bernat Soria, me ha hecho un lío. Si, según dice, el consumidor puede estar tranquilo porque en el Estado no ha entrado ninguna de las partidas de aceite contaminado procedentes de Ucrania, ¿por qué recomienda a las grandes y no tan grandes cadenas de alimentación que retiren este producto de sus estanterías? ¿Cómo se come eso? ¿Puedo consumir la botella que compré el viernes en el súper o lo mismo me da un yuyu que me lleva al otro barrio? Se me aclare, señor Soria, que tengo que contestar a la pregunta de las marcas.
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