Medianoche del martes. Miro el salpicadero del coche y el jodío contador de la gasolina, o como se diga en la jerga de los automóviles, está en reserva. Paro en la estación de servicio de Puntxas que, increíblemente, no está repleta de camiones. No hay ni uno. Sale Germán y, casi sin tiempo para saludarnos, me suelta: "Llegas a puntito de que cambie el precio de la gasofa". Ya es casualidad. Esa noche la gasolina subió un centimillo, que parece una nimiedad pero supongo que es una cantidad que aporta pingües beneficios, no a los dueños de las gasolineras, sino a los grandes magnates del petróleo. El bueno de Germán me explica que el precio que marcan los surtidores sube o baja, mayormente sube, de manera automática. Él no toca una tecla. Lo hace un ordenador, véte tú a saber desde dónde. Y me explica una teoría muy razonable sobre la subida del coste de los carburantes. "La gasolina sube de precio dos o tres días antes de las vacaciones de Semana Santa, antes de las vacaciones de verano y antes de que la gente se vaya de puente". No recuerdo el precio que marcaba el lunes la gasolina diésel. Creo que 1,14 o algo así. El caso es que Germán, que como gasolinero vale un potosí, pronostica que en julio el gasoil se habrá puesto ya por las nubes, que es lo mismo que decir que costará 1,2 euros (200 pesetillas de nada). Tiempo al tiempo. ¡Ay pobres de nosotros que compramos un coche con motor diésel porque consumía menos y el gasoil era más barato que la gasolina! ¡Ay pobres de nosotros que hace nada nos tirábamos una semana sin repostar con 2.000 pelillas!
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