Cuenta la leyenda (más realidad que leyenda, la verdad) que el kalimotxo nació en 1972 en las fiestas del Puerto Viejo de Algorta. La cuadrilla Antzarrak había montado una txosna y se había traído de La Rioja 2.000 litros de cosechero. Al abrir las primeras botellas comprobaron que aquel vino no se lo bebían ni los paladares más rancios. Estaba picado. Por aquello de no envenenar a medio Getxo y parte del Gran Bilbao, los chavales decidieron mezclar ese vino-vinagre con Coca-Cola, y así se gestó el famoso combinado, que fiesta a fiesta recorrió luego la piel de toro. Supongo que del kalimotxo nació el botellón, cuyo origen sospecha uno que no está a este lado de los Pirineos. El botellón ya se practicaba en la cuenca del Bidasoa años antes de que hordas de chavales tomaran plazas y calles. A mediados de los 80 era habitual que las gentes del Bidasoa acudieran a las fiestas de verano de Sara, Askain y Urruña con garrafas de plástico llenas de cerveza y kalimotxo. Subían a las bentas (con b) del alto de Ibardin a abastecerse y se dirigían luego a Sara o Askain, previo levantamiento de barrera (a pulso) en el paso fronterizo de Lizuniaga. Y no era una juerga reservada a adolescentes. Al botellón se apuntaban también hombres y mujeres talluditos. Potear en las escasas tascas de Iparralde resultaba caro y hasta raro. Hoy, paradojas de la vida, hay botellón a este lado de la muga. El euro, como el tren que diría Ibarretxe, nos iguala. Hoy, tomar un pote en una tasca de Sara es tan caro como hacerlo en cualquiera de Gipuzkoa.
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