Dicen los amantes del sillonball que el remo y el ciclismo son dos deportes para disfrutarlos in situ... y verlos por televisión. Y seguramente no les falta razón. Te tiras más de 24 horas esperando al pelotón en una cuneta, y resulta que los esforzados pasan delante de tus narices en un santiamén, mientras un amigo ve la misma etapa por la tele, tirado en el sofá y con un ojo en la siesta. En el remo tampoco hay gradas (todo se andará), así que muchas veces lo fías todo a unos buenos catalejos y radio. Desde casa todo parece distinto gracias a las excelentes retransmisiones que se hacen de carreras y banderas. Ir de regatas ya no es lo que era. El mundo del remo ha cambiado a mejor. Ahora si acudes a una regata de la Liga ACT puedes hacer un tres en uno: ver la competición en una pantalla gigante que se instala cerca de la meta, beber cerveza (con o sin) a un euro y comer un pintxo de bonito (también a un euro). Si andas avispado hasta vuelves vestido a casa porque se regalan gorros, pañuelos y camisetas de los clubes. Antaño envuelto en eternas polémicas, el remo se ha calmado gracias, entre otras cosas, a la profesionalización y al GPS que, como el algodón, no engaña. Es, además, de los pocos deportes en el que el aficionado acude con papel y boli para apuntar tandas y tiempos. Y de los pocos también que adornan los pueblos. El tío Mauri coloca todos los años su bandera, la de Hondarribia, en el balcón. Cada vez que la Ama Guadalupekoa gana un trapo, pone una cinta en el palo de la bandera. Este año no hay ninguna. Ya llegará, ya llegará.
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